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Diciendo esto bajó al jardín por la escalinata, mientras que el aya, que no tenía que cumplir orden alguna respecto a Amaury y a Magdalena y que conocía los vínculos de afecto que les unían desde la niñez, iba en busca del ramo.

Poco después de poblarse nuevamente los salones de baile se retiraron las personas reales. Hubo para despedirlas el mismo ceremonial, esto es, las filas apretadas a la puerta de la antesala, la Marcha Real por la orquesta y la despedida de los dueños hasta la escalinata. Clementina respiró con libertad.

Al salir Moreno de la casa vió al comisario de policía junto á la escalinata, como si estuviera esperándole. Don Roque se expresó con indignación. Ustedes se figuran que pueden hacer lo que quieran, como si en esta tierra no hubiese autoridad, ni ley, ni nada, y aún mandasen en ella los indios. Yo soy el comisario de policía, ¿sabe, ché? y mi obligación es impedir que los demás hagan locuras.

El doctor subió la larga escalinata de la estación, y al salir al puente del Arenal vió muchos balcones colgados con trapos de colores é inscripciones en loor de la Virgen de Begoña. En las Siete Calles, lo más típico y tradicional de la población, las casas empavesadas ofrecían el aspecto de un villorrio.

Estaba entumecida por su larga inmovilidad; necesitaba, como todos los que se consideran dichosos, prolongar el goce de su triunfo con un largo paseo. Bajó la escalinata exterior apoyada en un brazo de Miguel. Pasaron entre los cocheros y los escasos chófers que formaban grupos esperando á sus patrones y clientes.

Hubo un momento en que Amaury sintió vehementes deseos de retroceder y de decirle a Magdalena a través de la puerta de su cuarto: ¡No salgas, Magdalena! Tu padre vela y podría venir a sorprendernos... Pero en aquel momento se apagó la luz del doctor y apareció en la escalinata una sombra que después de estar inmóvil un momento se deslizó hasta el jardín.

De aquí a un instante te convencerás de ello, pues ya llegamos. En efecto, entrábamos a una gran calle de olmos que conducía al castillo. Mi prima nos aguardaba sobre la escalinata. Me recibió en sus brazos con la majestuosidad de una reina que otorga una gracia a un súbdito. ¡Dios mío, qué hermosa sois! le dije, contemplándola con sorpresa.

Al levantar la cortina de una ventana, vió al otro lado de la verja un automóvil cerrado, con cruces rojas. La marquesina de cristales de la escalinata apenas le dejó distinguir á un grupo de hombres que subían cuidadosamente algo envuelto, como un mueble frágil. Su corazón dió un salto. ¡Mauricio!...

No podían llegar más a tiempo dije. Oculte usted la luz de la linterna. La puerta tiene una rendija, ahí. ¿Los ve usted? Apliqué el ojo a la puerta y divisé vagamente tres hombres al pie de la escalinata. Monté el revólver y Antonieta posó su mano sobre la mía. Podrá usted matar uno de ellos murmuró. ¿Y después? ¡Señor Raséndil! oímos decir, en inglés y con perfecto acento. No contesté.

Y soltaba redonda la mayor de las injurias femeniles. Presintiendo lo que iba á ocurrir, torció Robledo su marcha, avanzando hacia la casa y colocando su caballo ante los últimos peldados de la escalinata de madera. Pero no consiguió verse obedecido ni aún por los hombres más adictos á él, que le habían acompañado en la expedición.