Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 19 de mayo de 2025
Si sólo escriben los hombres, la manifestación del espíritu humano se dará a medias: sólo se conocerá bien la mitad del pensar y del sentir de nuestro linaje. En los pueblos donde la mujer vive envilecida en la servidumbre, y no se la deja educarse y saber, la civilización no llega jamás a completo florecimiento: antes de llegar, se corrompe o se marchita.
Pasando por sobre las leyes humanas y hasta ¡mayor prueba! por sobre las divinas, había esperado hacerlas aceptar al hombre que las negaba y combatía todas. Ella misma había caído en el error por evitar que continuase consumándolo, para hacer que creyera en algo bueno. Y de ese soberbio sueño se había despertado impotente, lastimada, envilecida ella también.
Y él creyó que envilecida vendiera a otro amor mi fe. No, jamás,... la pompa, el oro, guárdelos el Conde allá; ven, trovador, y mi lloro te dirá cómo te adoro, y mi angustia te dirá. Mírame aquí prosternada; ven a calmar la inquietud de esta mujer desdichada; tuyo es mi amor, mi virtud... ¿Me quieres más humillada? JIMENA. ¿Qué haces, Leonor? LEONOR. Yo no sé... alguien viene.
Sí, yo respeto en aquel hombre el amor augusto de la familia; respeto y adoro esa sacratísima poesía, cuyo poeta no mora en este mundo. Aquella criatura envilecida lleva consigo un profundo misterio que Dios le ha dado, y ante ese misterio que Dios nos da, debia el hombre estudiar en silencio y con la cabeza destocada.
¿Y todo eso para que al final no se supiera la verdad? ¿Cómo vindicar la memoria de la inocente, profanada y envilecida? ¿Debía él, en presencia de todos, el día de los debates, jurar por la Cruz la inocencia de la muerta? ¿O debía más bien desear que el proceso no se llevara adelante, y declarar que se había engañado, y reconocer que la inocente se había dado muerte ella misma evitando así el verse obligada a revelar ante la multitud curiosa, el secreto del ser amado?
Pero, de pronto, Tragomer arrojaba en su espíritu una levadura inesperada y su calma se veía turbada por una repentina fermentación. ¡Sus enemigos! Quería conocerlos y una ardiente curiosidad reemplazó á su indiferencia envilecida. ¿Crees que mi pérdida ha sido preparada por personas que tenían interés en hacerme daño? No me cabe duda. ¿Las conoces? Sospecho que sí. Dime sus nombres.
Jaime sentía vivir en su interior al grave abuelo don Horacio, y con él los escrúpulos del Inquisidor Decano, el de la tarjeta horripilante, y las almas del famoso comendador y otros ascendientes. Su mentalidad de hombre moderno guardaba algo de la de aquel regidor perpetuo que consideraba como una raza aparte y envilecida a los judíos conversos de la isla. Los muertos mandan.
Irían a ser libres y felices en plena Naturaleza, allí donde el salvajismo y la soledad habían guardado un pedazo de mundo limpio de los crímenes de la civilización, del egoísmo de los hombres; donde todo era de todos, sin otro privilegio que el del trabajo; donde la tierra era pura como el aire y el sol y no había sido deshonrada por el monopolio, ni despedazada y envilecida por el grito de «Esto es mío... y los demás que perezcan de hambre.»
Juana, pobre mujer envilecida, que arrastrando su espíritu en el cieno, pasó la triste vida vendiendo por amor letal veneno; cabeza hermosa, donde de seguro no brotó nunca pensamiento puro, y que ignorando el bien que poseia, vendia, por un poco de dinero, en público mercado, el placer más inmundo, si es vendido, el mayor y más dulce, si es ganado; próxima al duro instante de la triste agonía, á un padre confesor agonizante con anhelosa voz así decia: «Padre: yo de mis culpas me arrepiento »y pido á Dios perdon de mi impureza; »miradme bien al rostro, que no miento.» Y levantando la cabeza en tanto, fijaba sobre el fraile macilento una mirada de ansiedad y espanto; y al ver que nada el fraile le decia, con ansiedad creciente proseguia: «
Un ligero examen de su exterior, si no ya sus cabellos blancos, manifestaba al instante que pertenecía á otra época, á otra generacion, cuando los mejores jóvenes no temían exponer su dignidad haciéndose sacerdotes, cuando los clérigos miraban de igual á igual á los frailes cualesquiera, y cuando la clase, aun no denigrada y envilecida, pedía hombres libres y no esclavos, inteligencias superiores y no voluntades sometidas.
Palabra del Dia
Otros Mirando