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Actualizado: 20 de mayo de 2025


Hasta creyó sentir en el puño una ligera crispación de la mano de Maud, un movimiento tal vez inconsciente, un leve roce despertador que se ensanchaba en ondas de emoción hasta los extremos de su organismo, y unas veces le hacía caminar como si volase y otras parecía clavarle en el suelo.

Desde que la vio en el mundo, desde que la tuvo en sus brazos, su primer pensamiento fue el que asaltaría a un infeliz menesteroso metido hasta la cintura en una charca infecta, y a quien le cayera de pronto entre las manos el pan de toda su vida, en un tesoro envuelto en armiños: «Señor, ¿en dónde pondré yo esto para que ni se corrompa ni se me mancheEse fue el pensamiento de la marquesa entonces, y ese continuó siendo después a todas horas y todos los días; porque la charca de sus aprensiones no tenía límites, y más se ensanchaba a sus ojos cuanto más andaba por ella y más iba creciendo su hija. ¿Dónde ponerla para que no se la corrompieran o se la mancharan?

Era un gemido que ensanchaba su intensidad; un triángulo sonoro, con el vértice en el horizonte, que se abría al avanzar, llenando todo el espacio. Luego ya no fué un gemido, fué un bronco estrépito; formado por diversos choques y roces, semejantes al descenso de un tranvía eléctrico por una calle en cuesta, á la carrera de un tren que pasa ante una estación sin detenerse.

Se ensanchaba su pecho, desvaneciéndose la opresión que le había martirizado hasta poco antes, como si la tierra entera gravitase sobre su tronco. Sentía que en el interior de su cráneo se iban disolviendo las nebulosidades de su pensamiento. Deliraba aún, pero su delirio no se desarrollaba cortado por escenas de terror y gritos de angustia.

Parecía que, según el tren se alejaba de los tejados de un rojo sucio, casi pardo de la ciudad triste, sumida en sueño y en niebla, el alma de Frígilis se ensanchaba, respiraba a su gusto aquel pulmón de hierro.

Porque Ángel, artista de corazón y con el pecho atestado de impresiones vírgenes y profundas, estaba maravillado de ver cómo aquella flor purísima iba desplegando sus hojas al calor del nuevo sol, y absorbiendo con avidez la luz y el ambiente del desconocido mundo, a medida que se ensanchaba y crecía sobre su tallo oscilante. Estas metáforas eran de Ángel.

El juego hacía surgir después Monte-Carlo sobre la salvaje meseta de las Espelungas; la lujosa ciudad nueva se ensanchaba para unirse con el viejo Mónaco, cubriendo de edificios todo el territorio del principado, y la sepultura del anónimo guerrero quedaba prisionera de este oleaje de grandes hoteles, palacios y «villas». El olivar de la tumba se vendía á metros, haciendo la fortuna de los herederos.

Sus miembros eran invariablemente Visita y un primo suyo. Visita, por economía, y porque le daban asco el pastelero y el confitero, fabricaba por su cuenta, y bajo su dirección, los hojaldres, los almíbares, todo lo que podía hacerse en su cocina. Después resultaba que en su cocina no se podía hacer nada. ¡El pícaro humo! El casero, que no ensanchaba el horno... ¡diablos coronados!

Era un aliento vivo y poderoso que ensanchaba su corazón y lo inundaba de sentimientos vagos y sublimes. Ni uno ni otro hablaron. Gozaban contemplando la majestad y grandeza del océano con un sentimiento humilde de su pequeñez y con vago deseo de participar de su fuerza sagrada e inmortal.

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ciencuenta

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