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Actualizado: 16 de julio de 2025
Gil de Mesa, encargado en ocasiones semejantes de decir de viva voz lo que no era bueno quedara escrito . Sólo cuando Enrique, declarada la guerra á España, le escribió directamente con fecha 30 de abril, manifestando el deseo de hablar de asuntos de importancia, á cuyo fin rogaba á la Reina le consintiera hacer el viaje y al Conde de Essex que lo facilitara , se resignó á emprender la marcha declarando, y esta vez por escrito, al Conde, que separarse de él era tanto como morir, porque á su lado vivía .
Cediendo a todas estas consideraciones, el P. Enrique miraba por su salud y por su vida, sujetándose a un régimen ordenado y bueno.
Ruy Diaz de Rojas, personage del tiempo de Enrique III, de quien cantó una gran proeza aquel conocido romance: Vente á mí, el perro moro, Que no á los niños muchachos. Este es un ejemplo entre mil que pudieran citarse.
Tomó, pues, desde luego el plan de ensayarlo , no sin aprovechar el tránsito por Francia, porque el monarca Enrique IV, aunque de momento tuviera harto que hacer con la Liga, tanto como Isabel de Inglaterra era adversario tenaz de la política y del poder de Felipe II.
Cuando se fue acercando la hora de comer, estaban ambos que daba asco mirarlos; tanto, que Enrique, el cual, como ya hemos dicho, no tenía inclinación bien determinada hacia la limpieza, quedó un momento pensativo mirándose y mirando a su primo. ¿Sabes que estamos muy puercos, Miguel?
No de otra suerte el P. Enrique sostenía maravillosamente su papel, mientras que estaba en presencia de doña Luz o en presencia de otra persona cualquiera. Pero en el retiro de su cuarto, como si se aflojasen los resortes que tenían sus nervios en perpetua tensión, solía caer desfallecido.
Don Acisclo traía una carta ya abierta en la mano, y la agitaba con vivas muestras de satisfacción y de júbilo. El Padre Enrique ¿Qué hay? ¿Qué dice esa carta? ¿Qué grata novedad contiene? D. Acisclo, ¿le ha caído a V. la lotería? preguntó doña Luz. Mejor que eso, hija, mejor que eso contestó el interrogado . Lee tú misma y entérate y entregó la carta a doña Luz.
Miguel le miraba y le remiraba con los ojos muy abiertos, sin moverse; sentía deseos atroces de irse a jugar con su primo Enrique.
Bermúdez de Castro agrega que con la intervención del Condestable de Castilla, del Embajador de Venecia, del Cardenal Legado, se presentó á Enrique IV, exponiendo humildemente su situación y suplicándole que, alzando los juramentos, admitiese la renuncia de la pensión que gozaba.
La fisonomía de Enrique volvió a adquirir repentinamente su habitual expresión de bondad e inocencia. Me parece que no ha salido esta mañana. ¿Quieres verle? Sí, tengo que hablar con él. Vamos allá. Y poniéndose apresuradamente una chaqueta, sin haberse metido aún el chaleco, condujo a su primo por los corredores hasta cerca del cuarto de su padre.
Palabra del Dia
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