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Cádiz y Málaga, otras dos ciudades de nuestra España que he visitado, se distinguen, la primera por su encantadora situacion, por su blancura y su excesiva limpieza, por su civilizacion avanzada.

Reclinada en la pared del antepalco, desordenadillo el rizoso pelo, acarminadas las mejillas y voluptuosa la mirada, estaba realmente encantadora. Don Juan, medio enloquecido, dijo: ¿Eres Cristeta, o eres un tigre que está jugando con mi felicidad?

Los jóvenes pasaron dos meses deliciosos en la intimidad de una existencia activa y libre, navegando por el tranquilo mar ó anclados en las radas del Solento. La belleza de María, realzada por la esperanza, brilló entonces con todo su esplendor. La joven se mostró encantadora y tierna con Cristián, como si quisiera hacerle olvidar los pasados rigores.

Era el tipo de la señora moderna, frívola sin ser insustancial, y coqueta sin parecer liviana, como era devota sin ser profunda y verdaderamente religiosa. Fuera cansancio físico o dejadez moral, había en su figura cierto melancólico abandono, interrumpido a veces bruscamente por movimientos de una gracia encantadora que tenía algo de felina.

Las vidas de los santos, sus martirios y milagros, que Tirso solía leerla en el Año Cristiano, traducido del P. Croisset, eran para su imaginación como novelas de interés grandísimo, y la relación de aquellos gloriosos dolores y glorificaciones se le antojaban impregnadas de encantadora poesía.

Le digo francamente, que la hallo encantadora y le aseguro que manteniendo mis sentimientos hacia usted en el límite que la lealtad me lo exigía, no he dejado de contraer un gran mérito. No veo en esto nada de muy humillante para usted; lo que podría humillarla con muy justo título, señorita, es verse amada por un hombre muy resuelto á no casarse con usted.

El prestigio y la influencia encantadora de tales cosas se apoderó de él al entrar en la existencia íntima de los Oreve y en aquella casa de una suntuosidad elegante, en la que sus consejos y su innato buen gusto han introducido refinamientos de arte.

Desasiose de ella con suavidad, como don Florambel se apartaba de la encantadora princesa Graselinda, y comenzó a bajar despacio la escalera, repitiendo dulcemente: Adiós, rica; vendré, vendré, y seremos buenos amigos.

Es bonita, no es tonta, tiene tan buenas cualidades como quieras. Adorándome a pesar de todo ¡y Dios sabe si me hago adorable yo! sería constante a toda prueba, me rendiría verdadero culto, sería la mejor de las esposas. Estando satisfecha sería todo dulzura; sintiéndose feliz se tornaría encantadora.

Había parecido todo el día más glacialmente desdeñoso, y aun en este momento, a solas con su joven y encantadora esposa, en los umbrales de la cámara nupcial, no tenía para su mujer otras caricias que una sonrisa burlona en sus labios y en sus ojos una perversa mirada. Querida mía le dijo de pronto , ¿sois del viejo régimen? ¿Viejo régimen?... perdón... no comprendo.