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Actualizado: 18 de mayo de 2025
Tenga usted paciencia, Rorró, me decía Angelina, vaya usted a la iglesia y pídale a la Virgen amparo y protección. Entonces recordé estas palabras de la doncella, palabras que resonaron detrás de mí como si ella me hablase al oído. Enfrente estaba el templo. Desde la calle veía yo la humilde lamparita del Sagrario. Me encaminé hacia la iglesia. Entré en ella. Estaba obscura.
30 de octubre. El otro día, casi sin darme cuenta, me encaminé hacia Salzburgo; pero, desde que vi la fortaleza de la montaña, las flechas de las iglesias, las cúpulas de los palacios, y desde que pude enlazar la sensación que experimentaba con todos mis recuerdos, me encontré tan poderosamente arrastrado, que por nada del mundo hubiese cambiado de dirección.
El dolor de mi hombro se hacía a cada momento más incómodo y mortificante. El desconocido me había herido con un cuchillo, y la sangre brotaba, porque la sentía, húmeda y pegajosa, caer sobre mi mano. Volví a gritar: ¡Policía, policía! hasta que, por fin, oí una voz que me respondió en medio de la neblina y me encaminé en su dirección.
«....Ansí mismo recibiremos particular gusto de que V. S. encamine á los dichos nuestros embajadores para que lleguen en paz y prosperidad á la presencia y lugares que son dichos y los ampare con su favor, para que nuestra pretensión é deseo mejor se efectúe, poniendo las diligencias en ello que pareciere más á propósito.
La misma objecion se la he hecho al P. Irene, pero con su risa picaresca me dijo: Hemos ganado mucho, hemos conseguido que el asunto se encamine hácia una solucion, el enemigo se ve obligado á aceptar la batalla... si podemos influir en el ánimo de don Custodio para que, siguiendo sus tendencias liberales, informe favorablemente, todo está ganado; el General se muestra en absoluto neutral.
Me dispuse a seguir los consejos del «pomposísimo Cicerón», y de tardecita, poco antes de que sonara el «Angelus», me encaminé a la casa de Castro Pérez. Vivía a espaldas de la Parroquia, en un caserón vetusto y sombrío. Cuando llegué al zaguán me ví tentado de retroceder e ir a charlar a casa de don Procopio. Hice de tripas corazón y avancé hasta la puerta del despacho.
Si es candela, a cuya lumbre el hombre ciego y habitante en esta caverna tenebrosa encamine seguramente sus pasos, visto es pretender de tener los hombres en su ceguera, el que no quiere que les sea comunicada con aquella abundancia con que ella se da.
En dos días no vino al Zarzal el cura; entristecime yo por haberle fastidiado tanto, y el tercer día me encaminé hacia la casa parroquial, para disculparme. Le hallé en la cocina, frente a un frugal desayuno al que hacía los honores con tantos bríos como apetito. Señor cura le dije en tono relativamente humilde, ¿estáis enojado? Algo, Reinita, algo; no quieres hacerme caso nunca.
Dios lo haga, y lo encamine como vee que lo han menester sus hijos.
Una noche dejé a Reginaldo en el Devonshire, a eso de las once y media, y me encaminé a través de las calles húmedas y nebulosas de Londres hasta que llegué adonde el bullicio del tráfico cesaba, los coches arrastrábanse lentamente y sólo pasaban de cuando en cuando, y las húmedas y fangosas calzadas y aceras quedaron a disposición del policía y del pobre y tembloroso vagabundo sin hogar.
Palabra del Dia
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