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Actualizado: 4 de junio de 2025
El coche emprendió la marcha carretera de El Pardo arriba, y los esposos, con la cabeza reclinada en el paño azul de la tendida capota, se espiaban sin mirarse, como abrumados por la situación y sin atreverse uno de los dos a ser el primero en hablar. Ella comenzó. ¡Ah, la maldita!
Por último, en la plana tercera, aún podían leerse dos o tres gacetillas referentes al egregio huésped. El Joven Sarriense se limitó a dar la noticia de su llegada en un gacetilla cortés y fría, titulada Bien venido. Pero a renglón seguido, y cogiendo la ocasión por los pelos, la emprendió como siempre a tajos y mandobles con sus enemigos.
Al acariciar la vidriera advirtió que el vidrio estaba encerrado en un armazón de plomo. Entonces decidió arrancarlo con las manos, y tan valerosamente emprendió la tarea que acabó por conducirla a buen término.
Soledad, al escucharlas, se puso más pálida que la cera, y sin responder ninguna, sin hacer siquiera un gesto, se dirigió precipitadamente á la puerta y salió. Crisis. Salió y emprendió una rápida carrera al través de las calles, sin saber dónde iba. El corazón le palpitaba con violencia, ardía su frente y sentía un extraño frío interno que la violencia del paso no alcanzaba á mitigar.
Emprendió el viaje en uno de los primeros días de enero. Cuando hubo llegado cerca del convento de Eulalia, a una legua de la ciudad, se sentó ante los muros del claustro y allí permaneció muchas horas, pero no vio ni oyó nada. Algunos conocidos suyos pasaron por delante de él, sin que él los viera.
Al quedar libre el paso, el carruaje emprendió una marcha veloz a todo correr de sus mulas, pasando entre los otros vehículos que afluían a la plaza. Al llegar a ésta, torció a la izquierda, dirigiéndose a la puerta llamada de Caballerizas, que daba a los corrales y a las cuadras, teniendo que marchar a paso lento entre el compacto gentío.
El tío Ventolera no podía acompañarle al mar, pues consideraba indispensable su presencia en la misa, para responder con voz chillona a las palabras del sacerdote. Falto de ocupación, Jaime emprendió la marcha hacia el pueblo por senderos de tierra roja que ensuciaba la blancura de sus alpargatas. Era uno de los últimos días estivales.
Ramón Pérez, después de la muerte de su padre, que acaeció algunos meses después de la partida de María, no había podido resistir al deseo de ir también a la capital, siguiendo los pasos de la ingrata, que le había sacrificado a un desaborido extranjero. Emprendió, pues, su marcha, y volvió al cabo de quince días, trayendo consigo: Primero: un caudal inagotable de mentiras y fanfarronadas.
El cura les dejó á la salida del villorrio y emprendió el camino pendiente y tortuoso de la rectoral. Los cuatro vecinos de Vegalora siguieron la calle de avellanos que conducía al río, salvaron el puente, y una vez en la carretera fué asunto de pocos minutos el poner el pie en la villa. Octavio apenas despegó los labios en todo el camino.
Una parte de la historia de estas desavenencias se halla en la correspondencia oficial de los Comisarios de las dos Coronas, y otra en el diario que publicamos, valièndonos de una version distinta de la que emprendió y publicò Ibañez. La debemos á la amistad del Señor Dr. D. Leon Vanegas, que la conservaba inèdita entre sus papeles. Buenos-Aires, 2 de Setiembre de 1837.
Palabra del Dia
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