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Actualizado: 3 de junio de 2025
Muy pronto tranquilizada por la reserva llena de dignidad de la empleada de Correos, había prescindido de todo temor quimérico, juzgando que las menores intentonas galantes serían rechazadas con pérdidas. Por lo demás, Neris no manifestaba a la joven más que un interés paternal, justificado por el recuerdo de sus relaciones con el comandante.
Viendo esto el Capitán, que ya no había donde hacer agua, se fué otro día con sus galeotas y otras dos que había allí: una de D. Luis Osorio y la otra de Federico Stait. La de Stait se perdió por no seguir la conserva, habiendo ya escapulado el armada. Fué mal empleada la pérdida en su patrón, porque fué el que mejor se trató de cuantos sicilianos vinieron á ella.
Maquinalmente tradujo palabra por palabra las señales cabalísticas marcadas en el rollo de papel, y las transcribió en el libro: «Señorita... el hombre... con quien... va usted a... casarse... es mi... esposo... ante la ley... inglesa...» La pluma se detuvo en los dedos temblorosos de la empleada. ¡Imposible! No podía ser esa la traducción...
Empleada así hasta la última gota, la fuente no va á perderse en el arroyo y en el desierto: sus límites son los del oasis mismo; donde crecen los últimos arbustos, allí acaban las últimas arterias del agua, absorbida por las raíces para transformarla en savia. ¡Extraño contraste el de las cosas!
Pero, aunque con perfecta cortesía, Julieta había respondido de tal modo a sus reiterados ofrecimientos, que la solterona, desengañada, se había eclipsado prudentemente llevándose en su retirada a las concurrentes habituales de la oficina, a quienes la nueva empleada desconcertaba por su clara mirada y por la exquisita política de su: «¿Qué desea usted, señora?»
¿Con qué fin te incomodas, cuando pronto vas a mejorar? preguntó Reginaldo filosóficamente. Pero yo permanecí callado, reflexionando en la opinión de sir Carlos Hoare, de que la daga empleada para el crimen frustrado, había sido una vieja arma florentina, envenenada. Este mismo hecho me hacía sospechar que el cobarde atentado llevado contra mi persona, había sido obra de mis enemigos.
¿Y mal? preguntó con inquietud Liette, a quien el notario respondió con una señal imperceptible. La empleada, impaciente por saber, dijo: Oye, Carlos, debías hacer una visita al señor cura para presentarle tus respetos y tu cruz... Comprendido... A las órdenes de usted, mi comandante. Y dando un beso a su madre adoptiva, le dijo al oído: Apuesto a que para ti no habrá secreto profesional.
Se acabó la interminable charla que zumbaba en los oídos de la joven empleada; se acabaron los sempiternos discursos tan difíciles de escuchar haciendo una suma. ¡Ay! ya no había que temer errores en las cuentas; sólo turbaba el pesado silencio el ruido monótono del reloj y la ronca voz del cartero, y las palabras más afectuosas y las más tiernas caricias no lograban arrancar a la enferma más que una sonrisa pálida y lánguida.
Palabra del Dia
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