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Esto se esplica facilmente: las gentes que habitan á la parte de acá del Danubio y del Rhin, la Suiza, la Baviera, la Alsacia, el Austria occidental, las provincias de Colonia y Tréveris, y toda la tierra baja de Flandes, vivian sin industria y sin artes, casi puede decirse sin poblaciones fijas, y mucho mas por consiguiente sin centros de cultivo cientifico y literario, cuando los monges benedictinos empezaron á evangelizarlas.

Diéronle una barahúnda de bienvenido; abrazólos a todos, y luego empezaron unos a pedirle oración para el Justo Juez en verso grave y sonoro, tal que provocase a gestos; otros pidieron de las ánimas; y por aquí discurrió, recibiendo ocho reales de señal de cada uno.

El toque que habían oído los ingleses era la primera llamada matutina; el campamento despertaba, numerosos soldados salían de las tiendas, dirigiéndose unos al riachuelo más cercano y preparando y encendiendo otros multitud de fogatas que empezaron á desprender columnas de humo.

Una mañana, los habitantes de la ciudad gobernada por Martínez vieron agruparse en el paseo de la Alameda y la plaza principal varios centenares de jinetes con grandes sombreros y la carabina apoyada en un muslo. Los jefes gritaban indignados: ¡Han violado la Constitución!... Los transeúntes empezaron á correr para meterse en sus casas. Que hubiesen violado á la Constitución les importaba poco.

Los dos empezaron á evolucionar por las tierras de la estancia, persiguiéndose á través de alturas y hondonadas.

Como quien dice: «Ya veo la gloria y los ángeles». Bobería; no dijo sino más... a saber, más Jerez. Guillermina y Severiana le acercaron un espejo a la cara y lo tuvieron un ratito... Después todos empezaron a hablar en alta voz. Ya estaba Mauricia en el otro mundo; se había quedado de un color violado tirando a azul. A los diez minutos su fisonomía estaba tan variada, que si la ves no la conoces.

Semejante impulso era tan insólito en él que se imaginó propenso a un ataque de locura. Empezaron los acordes de otro vals. Adriana y Castilla entre las parejas apiñadas, buscaban sitio para bailar. Muñoz vio de pronto, claramente, que Castilla acariciaba la mano que Adriana había apoyado un instante en su brazo.

Y del Espíritu Santo prosiguió el padre; apéense y hablaremos. Aquí empezaron a aparecer algunos facciosos y alborotados, con un Carlos V cada uno en el sombrero por escarapela. Nada entendía a todo esto el francés del diálogo; pero bien presumía que podía ser negocio de puertas.

Apenas se sentó, se diría que los horribles recuerdos que le habían arrojado de la villa, que venían persiguiéndole y que se habían quedado algo atrás, le dieron alcance y empezaron a picarle y a morderle otra vez.

Pasaron batallones, escuadrones, baterías, con dirección al Norte, fatigados, sucios, cubiertos de polvo y barro, pero con un enardecimiento que galvanizaba sus fuerzas casi agotadas. Los cañones franceses empezaron á tronar por la parte del pueblo. Grupos de soldados exploraban el castillo y las arboledas inmediatas.