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Actualizado: 29 de junio de 2025
Entonces empezaron a danzar en su fantasía los sucesos todos de la jornada: el caballejo que estuvo a punto de hacerle besar el suelo, la cruz negra que le causó escalofríos, pero sobre todo la cena, la bulla, el niño borracho.
Dedicados entonces los españoles al estudio de la literatura italiana, que florecía en aquella época, y que enseñó á sus poetas una lírica más perfecta y completamente diversa de la nacional, empezaron á modificar sus antiguos cantos populares.
Don Jacinto estuvo más firme que una roca; eclipsó casi la memoria del hijo predilecto del patriarca Jacob, todo ello con tal dignidad y tan sin melindres ni remilgos, que la risa y la chacota, que el tío y sus dos amigos empezaron a mostrar, hubo pronto de trocarse en admiración y respeto.
Pues hablemos. Pero no á obscuras. Quevedo abrió su linterna. Gracias, mi buen caballero dijo la de Lemos ; ahora sentáos y escuchadme. Siéntome y escucho. Oíd. Doña Catalina y Quevedo, inclinados el uno hacia el otro, empezaron á hablar en voz baja.
Al cabo de un rato los rostros empezaron a reflejar el cansancio, poniéndose rojos o pálidos, según el temperamento de cada uno. Con la boca entreabierta, las mejillas inflamadas y la frente cubierta de sudor, no ofrecían otra expresión que la de la estupidez más cumplida.
Ya llegamos dijo Robledo alegremente . Dos días y dos noches de ferrocarril desde Buenos Aires y un par de horas de coche á través de una tempestad de polvo, no es mucho. Más lejos está el fin del mundo. Varios hombres de los que habían saludado á Robledo dándole la mano empezaron á descargar espontáneamente las maletas amontonadas en el techo y el interior de la diligencia.
Sí, sí, vele con eso a doña Dolores, la de Sobrado. ¡Pues.... Jesús, Ave María! ¡No se allegue usted, que mancho! Me parece a mí que los de Sobrado no son de allá de la aristocracia, ni del barrio de Arriba. Aún hay quien los vio cargando fardos en el almacén de Freixé, el catalán; que por ahí empezaron, ¡repelo! Hijos del trabajo, como tú y como yo.
Los indios de la falda de la Cordillera tuvieron noticia de estos ganados, y empezaron á llevar grandes manadas á Chile, cuyos Presidentes tenian contratas de ganados con dichos indios.
Muy quedito, como quien se confiesa, empezaron a debatir y resolver estos pormenores. Otro rayo de sol entreabría las nubes, y los santos, en sus hornacinas, parecían sonreír benévolamente al grupo del banquillo.
Doña Paca y el criado, creyendo que su amo se quedaba en aquel espasmo, empezaron a dar chillidos; llamaron al médico, dieron al señor muchas friegas, y por fin volviéronle a la vida. Todos se pasmaron de verle risueño y de oírle afirmar que no le dolía nada y que se sentía bien y contento.
Palabra del Dia
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