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A fines de Diciembre pasè á la Bahia de Todos Santos, y recorrí la costa hasta la Bahia de Brettman. La Bahia de Todos Santos es el fondeadero habitual de los buques de pesca: de allí reparten sus embarcaciones menores en todas direcciones, para traer la grasa de los elefantes que matan. Toda la bahia no es igualmente buena para fondear, porque los vientos del SO levantan mucha marejada.

Y un inglés, Logan, dice que no son cincuenta mil, sino que esas capas de hielo se fueron echando sobre la tierra como un millón de años hace, y que desde entonces, desde hace un millón de años, están enterrados en la nieve dura los elefantes peludos.

Le precedían a veces elefantes y rinocerontes, domadores que llevaban serpientes y tigres domesticados, y el rey iba a caballo, en medio de los más brillantes señores de la corte, sus favoritos y validos, todos con muy elegantes y vistosas ropas y con airosas y blancas plumas en los birretes.

Esperamos en la Bahía de los Elefantes una larga temporada. Se decía que uno de los reyezuelos del interior iba a hacer una razzia y a traer cientos de esclavos. Después de aguardar cerca de un mes, no pudimos embarcar mas que quince o veinte negros, otras tantas negras y unos cuantos chiquillos. Era una miseria.

Ahora vienen siguiéndola sus damas en elefantes, con sillones de oro sembrados de balajes, rubíes y crisólitos. La primera es la Necedad, camarera mayor suya, y aunque fea, muy favorecida. La Mudanza es esotra, que va dando cédulas de casamiento, y no cumpliendo ninguna.

Y tenían muchas vacas y muchos elefantes: y cada vez que ve Bebé a su mamá, le echa el bracito por la cintura, o se le sienta al lado en la banqueta, a que le cuente cómo crecen las flores, y de dónde le viene la luz al sol y, de qué está hecha la aguja con que cose, y si es verdad que la seda de su vestido la hacen unos gusanos, y si los gusanos van fabricando la tierra, como dijo ayer en la sala aquel señor de espejuelos.

Partidas enteras de gente europea están por África cazando elefantes; y ahora cuenta los libros de una gran cacería, donde eran muchos los cazadores.

Yo no digo más que una cosa replicó Isabel, y es que si fuese hombre me gustarían las mujeres, pero no los elefantes. ¡Anda con ella, hija! exclamó Frasquito. ¡Cómete la cabeza y no dejes siquiera las espinas! Oye , empachoso, yo no me como carne tan dura. la subes mucho, porque está Velázquez presente. Este se hallaba molestísimo.

Gracias á estos reproductores, que atravesaron el Océano con iguales comodidades que un pasajero millonario, había podido hacer desfilar en los concursos de Buenos Aires sus novillos, que eran torreones de carne; elefantes comestibles, con el lomo cuadrado y liso lo mismo que una mesa. Esto representa algo, ¿no te parece, gabacho?

Con razón el día anterior le había dicho, burlándose, Elena: «¡Mucho ojo, Robledo! La condesa está locamente enamorada de usted, y la creo capaz de raptarleExpresaba la poetisa su entusiasmo con una avalancha de palabras al hacer la presentación del ingeniero. Un héroe; un superhombre del desierto, que allá en las pampas de la Argentina ha matado leones, tigres y elefantes.