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Actualizado: 16 de mayo de 2025
Roger no había descuidado por su parte el diario ejercicio de las armas y podía considerársele como tirador no despreciable, ya que no de los primeros. Grande era el contraste que ambos combatientes presentaban: moreno y robusto Tránter, mostraba el velludo pecho y la recia musculatura de hombros y brazos, en tanto que Roger, rubio y sonrosado, personificaba la gracia juvenil.
Los descoyuntados, los que se tuercen y doblan de manera insólita, los que alzan con los dientes enormes pesos y hacen otras habilidades por el mismo estilo, aunque nos maravillen, repugnan por lo antinatural del ejercicio y más aún por la perversa preparación que el ejercicio presupone, y en la cual es probable que hayan sucumbido no pocos antes de llegar a ser maestros y de poder lucirse.
El calor que sobreviene ni es ácre ni angustioso; ocupa con preferencia la cabeza, el cuello, las estremidades, y con frecuencia va acompañado de prurito y de picotazos, sobre todo en los dedos y en las palmas de las manos. La imaginacion es viva, penetrante, la palabra fácil; pero el ejercicio abate, enerva.
Aquella vida era sobrado activa para la cabeza del señorito, sobrado entumecida y sedentaria para su cuerpo; la sangre se le requemaba por falta de esparcimiento y ejercicio, la piel le pedía con mucha necesidad baños de aire y sol, duchas de lluvia, friegas de espinos y escajos, ¡plena inmersión en la atmósfera montés!
Fuera de los paseos que daba en el comedor o en la alcoba, no hacía ejercicio alguno, y después de la inapetencia de los primeros días, le entró un apetito voraz, que las dos mujeres tuvieron por buen síntoma. A la semana, manifestó deseos de salir; pero una y otra trataron de disuadirle.
Mervyn ganó después orgullosamente la ribera, donde la señorita Margarita golpeaba sus manos. Este encantador ejercicio se renovó muchas veces con igual éxito. Era la sexta vez que se repetía, cuando sucedió, sea que el perro partiese demasiado tarde, ó que el pañuelo fuera lanzado demasiado pronto, que Mervyn no llegó á tiempo.
Después de todo, así era ahora; ¡la divertían tan poco los bailes, los teatros, los paseos, los banquetes de Vetusta!». Quintanar se acercó, y como oyera a don Fermín repetir que era higiénico el ejercicio y muy saludable la vida alegre, distraída, aplaudió al Magistral con entusiasmo, y aun aumentó su satisfacción cuando supo que ya no reconciliaría Ana aquella tarde.
Llegó á ser la primera en el gimnasio. Saltó horas y horas el caballo de madera, con un volteo incansable, riendo de este ejercicio pueril con la superioridad de una amazona acostumbrada á ponerse de pie sobre caballos en pelo, apeándose y volviendo á subir en el animal sin que éste detuviese su carrera.
Como que este es un hecho de conciencia, no le conocemos por ideas abstractas, sino por intuicion: es el ejercicio de una actividad que sentimos en nosotros, en ese yo que somos nosotros mismos; esa actividad está presente para nosotros de un modo tan íntimo, que si alguna dificultad tenemos en percibirla, es á causa de su misma union, de su identidad con el sujeto que la ha de percibir.
Y es lástima, cuando se trata de la mujer más hermosa del ejercicio... perdonad, Mari Díaz, la más hermosa después de vos. Afortunadamente estoy aquí para daros las gracias, señor Ginés Saltillo dijo la comedianta sin poder dominar completamente su mortificación. ¿Y quién es él? No le conoce nadie. ¿Es forastero? Y altivo. ¡Aunque pobre!
Palabra del Dia
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