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Actualizado: 22 de mayo de 2025
¿Y qué se me da? ¡Ah! pues si á vos no os da, á mí menos. Entremos. Se van á maravillar cuando vean en esa caverna un manto de terciopelo y una encomienda de Santiago. Nos echamos á rodar. Hace mucho tiempo que entrambos rodamos. Pues rodemos.
Verás cómo nos reímos... Cuando nos cansemos de oírle, le echamos. ¡Tipo más célebre...! Le vi hace días en casa de Pez, y nos hizo morir de risa.
¿Qué es esto? preguntamos á nuestro guia. Ahí, contestó este, estuvieron los restos de Mirabeau y de Marat. ¿No están ahora? No, señor. ¿Quién desalojó sus cenizas de este asilo sagrado? La Convencion Nacional. ¿Por qué? El conserje movió la cabeza. Todos nos echamos á reir.
Nos aproximamos cuanto pudimos, y echamos de ver que era el retrato de su pintor. Uno de los curiosos que visitaban el Museo en aquel dia, contemplaba el retrato con cierta entusiasta curiosidad, casi con maravilla. Esto nos llamó la atencion á nosotros, que no veiamos en aquella pintura un motivo tan grande de admiracion y de entusiasmo.
El capitán de la Vertrowen y yo nos echamos por aquellas calles; había por todas partes olor a aceite frito y humo de castañas asadas. En los bancos de las plazas, gente sentada pacíficamente descansaba; algunos obreros, endomingados, pasaban en coche, tocando la guitarra y cantando. Los chiquillos se reían de nosotros.
»Diez veces fue llamada a las tablas la Diva Donna, y lo hubiese sido veinte, a no haberse puesto los insolentes reverberos, causados por la prolongación de sus servicios, a echar pestes y suprimir luz. »Los amigos del duque se empeñaron en que los llevase a dar la enhorabuena a la heroína. Todos nos echamos a sus pies con el rostro en tierra.
También echamos de menos en el inventario la mención de la primitiva cabeza de barro del Rey D. Pedro, que estuvo en las casas del Jurado Pereda en el Candilejo, salvada de su destrucción por el gran Duque de Alcalá D. Fernando Enriquez de Rivera
Cerca de las islas Celebes echamos a pique, a cañonazos, tres grandes embarcaciones de piratas que venían dispuestos a tomar nuestro bergantín al abordaje. También tuvimos que dar una buena lección a unos moros ladrones de la isla de Joló. Sir Wilkins era un marino sencillamente extraordinario.
Deteníase a los pocos pasos; se dejaba caer, jadeando, en todos los bancos y poyos del paseo. La Teodora quiso acompañarla hasta la Fuentecilla, animándola con sus palabras y gesticulaciones gitanescas. Arriba, mi niña... A ver cómo echamos unos pasitos más; a ver cómo se mueven esos pinreles bonitos.
Echamos pie a tierra, dimos, en medio de la oscuridad, con una puerta que se abrió a fuerza de golpes y penetramos todos en una pieza cuadrada, débilmente iluminada por algunos candiles y dentro de la cual había unas quince personas, algunas preparando sus lechos y otras alrededor de una mesa, huérfana aún de comestibles.
Palabra del Dia
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