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Actualizado: 19 de mayo de 2025


Las pequeñuelas, si los mayores se descuidaban, rompían la consigna y se echaban a la calle, en reñida competencia con otras chiquillas pedigüeñas, correteando de una acera a otra, deteniendo a los señores que pasaban, y acosándoles hasta obtener el ochavito.

Comieron una comida eterna, sin principio ni fin. Trujeron caldo en unas escudillas de madera, tan claro, que en comer una de ellas peligrara Narciso más que en la fuente. Noté con la ansia que los macilentos dedos se echaban a nado tras un garbanzo huérfano y solo que estaba en el suelo.

Habia gran falta de agua en aquella provincia, y mayor por no haber llovido en tres meses, para llenar los algibes en que la recogen, ni tenian rios, ni otra bebida que la que hacen de la raiz de mandioca, en esta forma: Echaban en un mortero las raices machacadas, y sacaban el zumo de color de leche: si puede hallarse agua, hacen vino tambien de estas raices.

Iluminación completa. ¡Es que por Baltasar echaban gustosos los Sobrados la casa por la ventana, y más ahora que lo veían de uniforme, tan lindo y galán mozo!

Es muy probable que ya ninguno de los parientes viese en su prima la belleza que, en efecto, había volado; pero algunos fingían, con mucha delicadeza en el disimulo, ocultar todavía una hoguera del corazón bajo las cenizas que el deber y las buenas costumbres echaban por encima.

Yo pensaba en usted, capitan... El partido de los violentos no pudo conseguir mucho del General, y echaban de menos á Simoun... ¡Ah! si Simoun no llega á enfermarse... Con la prision de Basilio y la requisa que se hizo despues entre sus libros y papeles, Capitan Tiago se había puesto ya bastante malo. Ahora venía el P. Irene á aumentar su terror con historias espeluznantes.

Tres días de viaje echaban aquellos déspotas en sus pesadas carretas para llegar á dicha selva, poblada de toda clase de animales feroces. Ahora, con nuestros vehículos automóviles, vamos en tres horas, y usted, gentleman, tal vez haga el camino en menos tiempo.

Doña Paula se había arrancado los parches, las trenzas espesas de su pelo blanco cayeron sobre los hombros y la espalda; los ojos apagados casi siempre, echaban fuego ahora, y aquella mujer cortada a hachazos parecía una estatua rústica de la Elocuencia prudente y cargada de experiencia. La tempestad se había deshecho en lluvia de palabras y consejos.

En medio del patio, en lo descubierto, en frente de esto, habia un grande aparador de plata, con muy ricos vasos de todas maneras para el servicio de la mesa del rey. Delante de este aparador se hizo un surtidor muy lindo con tres caños, que echaban de , el uno vino blanco, el otro clarete y el otro agua.

Empezaba a hablar con desprecio de «la carrera». En una Legación, el ministro, que había alcanzado sus ascensos, antes de que se inventasen las máquinas de escribir, por el primor caligráfico con que copiaba los protocolos, decía a Ojeda con irónica superioridad: «¡Qué letra tan pésima la suya!... ¿Y usted hace versos? ¿Y usted presume de literato?». Otros jefes le echaban en cara sus aficiones «ordinarias», su marcada intención de evitar las reuniones entonadas del mundo diplomático para juntarse con la bohemia del país, juventud melenuda que recitaba versos y discutía a gritos, en torno de los ajenjos, bajo nubes de tabaco.

Palabra del Dia

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