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Actualizado: 19 de junio de 2025


Tzaá le decían a este juego: dos indios se subían primero en las puntas del palo, dos más se encaramaban sobre estos dos, y los cuatro hacían sin caerse muchas suertes y vueltas. Y los indios tenían su ajedrez, y sus jugadores de manos, que se comían la lana encendida y la echaban por la nariz: pero eso, como la pelota, será para otro día.

Era puro deseo de retardar en apariencia la llegada de la vejez; precauciones, según propia afirmación, para no parecer la abuela de sus hijas y para sentir una indefinible satisfacción cuando en la calle echaban una flor descarriada a su garbo de buena moza. En cambio, su criada era poco sensible a la galantería callejera.

Fueme necesario cortar de un golpe aquella eterna elegía y despedirme para siempre de ese antro en que había estado ocho meses. ¡Lo que es el mundo de malo! Al salir, los acreedores del patio, que echaban espuma por la boca, decían que don Eleazar había realizado quinientos mil duros de ganancia y que ellos se quedaban en la calle. ¿Quién podía creerlo?

Casi todos los años, en cierta época, se internaban tierra adentro y hacían una expedición de un par de meses para robar negros susús. Al llegar a una aldea negra, la rodeaban durante la noche, y a una señal dada comenzaban a tirar tiros y a dar gritos. Los desdichados negros se asustaban, echaban a correr y los moros los iban cogiendo como conejos.

Por algo se dijo: «calumnia, que algo quedaOtro indicio grave se alzaba contra la inocencia de Pepe: los cargos que se le hacían eran demasiado claros y concretos para ser falsos; no se le echaban en cara intentos más o menos censurables, sino los efectos positivos de su maldad. Bien claramente los enumeró Tirso.

Después algunos hombres feroces, vestidos también con diabólico uniforme, le ataban fuertemente de pies y manos, le acercaban á la hoguera, le echaban en ella. En un momento de súbito é indescriptible horror sintió arder rechinando sus cabellos, consumidos en un segundo; sus ropas en otro segundo.

Ya se hacían tres jornadas Y echaban restos en ellas; Cantaban á dos y á tres Y representaban hembras.

¡Cobardes! ¡Cabritos!... Como si conociesen la historia y la familia de cada uno de los guardias, les echaban en cara su envilecimiento. Ellos allí, pegando a los pobres trabajadores, y mientras tanto sus mujeres acudiendo a las citas... Y tras este desahogo, corrían otra vez al ver que se acercaban con el sable levantado.

A veces, una red oculta entre los adornos de la banderilla, salían unos pajarillos y se echaban a volar. ¿Quién sería el primero a quien se le ocurrió la idea de producir este notable contraste? No tendría, por cierto, intención de simbolizar a la inocencia indefensa, alzándose sin esfuerzo sobre los horrores y las feroces pasiones de la tierra.

Las gentes se echaban a las calles preguntando quién era el muerto, y la autoridad misma no sabía qué responder. Interrogados los campaneros, contestaban, y con razón, que ellos no tenían para qué meterse en averiguaciones, estándoles prevenido que repitiesen todo y por todo el toque de la matriz.

Palabra del Dia

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