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Actualizado: 20 de julio de 2025
Publio no había afirmado nada deshonroso respecto del capitán Pérez; se limitaba a dar una noticia, tal cual le fuera comunicada de la capital federal, y hasta poniéndola en duda... Por consiguiente, Jacinto retiraba sus calificaciones de «pluma viperina» y de «pérfida calumnia»... No dejando ya en pie lo de la «pluma viperina» y la «pérfida calumnia», quedaba en nada lo de «afeminado esteta»... Y así de seguido, hasta resultar, naturalmente, que nadie tuvo jamás la intención de ofender a nadie y que los dos duelistas eran unos perfectos caballeros.
Tiraban al florete, y entonces los ojos del guerrillero se animaban; seguía con atención los movimientos de los fingidos duelistas y aun arrojaba alguna palabra picante o algún comentario de maestro entre los rechinantes aceros. Pero de repente decía «basta» y los dos atletas soltaban el florete y se quitaban la máscara, sacando a luz el rostro sudoroso.
Al otro día por la mañana, en el barrio de los exploradores, los cuatro testigos y los dos adversarios se encuentran; saludos ceremoniosos; mientras los duelistas se van, cada uno a su cabina, para ponerse la obligatoria camisa sin almidonar, el director del combate, el célebre Julio, gran campeón de espada, charla con los testigos; mídese el suelo a grandes zancadas; juéganse los puestos a cara o cruz; los chauffeurs de las dos limosinas que han conducido a los dos grupos han trepado al techo de las cabinas, a fin de asistir al juicio de Dios.
No se dirá que por una chiquilla capaz de preferir á un desertor y sobre todo á un hijo de Gales, se han dado de cuchilladas dos mozos como nosotros. Más vale así, repuso Reno envainando á su vez, porque el barón nos hubiera oído ó hubiera sabido el duelo y tiene pregonado que á los duelistas de la guarnición les hará cortar la mano derecha. Y ya sabes que cuando él dice una cosa....
Su abandono arrastraba consigo la cobardía y la degradación. Conocía mejor que sus parientes la biografía de los grandes duelistas y gens des armes de París. Podía describir con pelos y señales los desafíos que habían tenido y la gravedad de las heridas. En cuanto se anunciaba un asalto entre dos maestros, por ejemplo Jacob y Grisier, ya estaba nuestro caballero excitado.
Continúa la discusión entre estos caballeros; están a punto de venir a las manos; pero he aquí que llegan los periodistas, el operador del cinematógrafo, los fotógrafos, el maestro Bouteloup, los parientes y los amigos de cada combatiente; aquello se llena de gente; se desinfectan las espadas quemándolas en una palangana; los dos médicos, que proceden a esta delicada operación, parecen hacer un ponche; ambos duelistas, en camisa, se mantienen aparte; el guarda del barrio se acerca al vizconde y le habla.
Las espadas, los sables, las pistolas todo esto tiene un carácter decorativo y de panoplia, y uno puede mirarlo alegremente; pero, ¿y el botiquín? ¿A quién no le asalta por un instante la idea de la muerte al ver a un médico con su botiquín debajo del brazo? En Francia, los duelistas procuran presentarle al público de vez en cuando un pequeño cadáver.
Desde hace treinta años ha sido confidente de todos los duelistas, lo mismo de los más listos que de los más ignorantes; solamente la guerra pudo interrumpir las consultas que el maestro Eustaquio solventaba en su pisito bajo de la calle Logelbach.
Los duelos han tenido sus épocas y sus fases enteramente distintas: en un principio se batían los duelistas a muerte, a todas armas, y tras ellos sus segundos: cada injuria producía entonces una escaramuza.
Palabra del Dia
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