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Actualizado: 24 de junio de 2025


En el momento en que salía del cuarto, María Teresa inclinándose sobre el pasamano de la escalera vio subir a Juan; entonces, preocupada de lo que su padre podía decirle respecto de su novio, y aunque considerase esta acción poco correcta, en su gran deseo de oír, entró precipitadamente en el cuarto de vestir contiguo al dormitorio, y oculta detrás de una cortina, escuchó.

Resonaron al fin pasos en el dormitorio, crujieron las vidrieras al tropezar en ellas una persona, y la voz cobarde, trémula del cocinero mayor, dijo desde en medio de la obscuridad: ¿Estáis ahí, señora? Doña Ana hizo un violento esfuerzo sobre misma para que su voz no temblase y contestó con acento dulce: , , señor Francisco Montiño. ¿Viene con vos ese caballero?

A las dos de la mañana Kassim pudo dar por terminada su tarea; el brillante resplandecía, firme y varonil en su engarce. Con paso silencioso fué al dormitorio y encendió la veladora. María dormía de espaldas, en la blancura helada de su camisón y de la sábana. Fué al taller y volvió de nuevo.

Llegó la hora: me voy, no sea que papá suba y me sorprenda... no puedo respirar, tiemblo como si tuviera miedo, y no tengo miedo, pero tristeza, mucha tristeza... Fué al dormitorio, y de la percha descolgó el sombrero; la vista de objetos que le eran familiares, le causó emoción tan grande, y sobre todo, el papel clavado en la almohada, a manera de fúnebre inri, que se puso a sollozar.

Se entregaba sin resistencia, sin deseo, con una sonrisa de tolerancia, satisfecha de poder dar un poco de felicidad, de la que ella no participaba. Su atención se había concentrado en otras preocupaciones. Una tarde, estando en el dormitorio del estudio, sintió la necesidad de comunicar ciertas noticias que desde el día anterior llenaban su pensamiento.

Pero no se atrevió a hablarle ni a detenerla, por no turbar el silencio del dormitorio, iluminado por una luz tan débil que le faltaba poco para extinguirse. Mauricia atravesó la estancia sin hacer ruido, como sombra, y se fue.

»En seguida me encerré yo en mi dormitorio... a velar, a padecer, a aturdirme con el pensamiento volteando entre las ondas de la tempestad que ya no me cabía en la cabeza. Según lo convenido con mi madre, al otro día, en cuanto el banquero llegó, salí yo sola a recibirle.

El desventurado huyó hacia el dormitorio, y cayó exánime delante del lecho de Evangelina. El conde de la Monclova, muy joven a la sazón, mandaba una compañía en la batalla de Arras, dada en 1654. Su denuedo lo arrastró a lo más reñido de la pelea, y fué retirado del campo casi moribundo. Restablecióse al fin, pero con pérdida del brazo derecho, que hubo necesidad de amputarle.

A la mañana siguiente, cuando Baldomero entró al dormitorio, con las primeras luces del día, a despertarles, para montar en los caballos ya ensillados, Lorenzo y Ricardo, dijeron casi al unísono: ¡Yo no puedo moverme!... ¡ay!...

Y la pobre continuó Berta sigue adorando al hombre que la ha hecho rica, y cuando intenta realizar su resma de títulos, se entera de que únicamente pueden servirle para empapelar su dormitorio.

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