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Actualizado: 24 de julio de 2025
La sorpresa de su esposo fue mucho mayor. Ordinariamente él se levantaba muy temprano como hombre de negocios que era, y apoyándose en su bastón iba hasta su despacho y allí trabajaba hasta las nueve, hora en que venía a desayunar al dormitorio con su mujer, que aún permanecía en la cama. Luego la ayudaba a vestirse sin llamar a la doncella y tornaba al escritorio.
Ella subió a su dormitorio y se arrojó sobre la cama, tan confusa como emocionada. Un punto luminoso que brillaba en un ángulo de la estancia atrajo su atención. La llama de la lámpara se reflejaba en un pequeño globo del yodómetro. Desde lo más profundo de su corazón bendijo aquel aparato bienhechor que le había devuelto la vida y le había de devolver las fuerzas en algunos días.
Que tardó una hora larga en llegar; porque el señor don Santiago Núñez estaba con un ataque reumático hacía una semana, y, aunque ya se levantaba, no podía salir a la calle: gracias que arrastrando, arrastrando, lograba llegar desde el dormitorio a su despacho. La rodilla, la pícara rodilla derecha, que no acababa de jugar los goznes como la otra, tenía toda la culpa.
Ella misma limpiaba su dormitorio, para evitar un quehacer á la vieja doncella. No quería admitir la ayuda de Valeria. Cada una corría con el arreglo de su propia habitación, ya que la servidumbre era escasa. Además, entraba en la cocina algunas veces, y hasta por su gusto habría ayudado al jardinero en el cultivo de la pequeña huerta.
Cuando quiera, estamos listos. Bueno, don Saverio, haga llevar al cuarto café con leche, pan y manteca, bien servido, ¿eh? y con el mate en la mano se dirigió al dormitorio de sus compañeros, a quienes dijo: ¡Muchachos!... ¡Aquí está la Pampita! ¡El qué? exclamó Ricardo, irguiéndose rápidamente en la cama, al mismo tiempo que Lorenzo se incorporaba también. Que ya es de día... contestó Melchor.
Sola en su dormitorio contiguo al de Raquel, sin desvestirse, sentada al borde de la cama y la luz velada con la pantalla, Adriana dejaba que su imaginación se sumergiese completamente en la delicia de los momentos extraños pasados con Julio. El presente era por cierto, como se lo había dicho a Charito, conforme a su corazón. Le parecía vivir en una transparente y maravillosa eternidad.
¡Jordán! ¡Jordán! clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra. Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dió un alarido de horror. ¡Soy yo, Alicia, soy yo! Alicia lo miró con extravío, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo rato de estupefacta confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su marido, acariciándola temblando.
Apenas si con una ligera reparación se había fortalecido este cuerpo de edificio, bajo y con arcadas, en el que estaban las habitaciones del capataz y el dormitorio de los viñadores, espacioso y desabrigado, con un fogaril que ennegrecía de humo las paredes.
Y cubrí con la sábana la cara del pobre muerto; el semblante de Burton Blair, el hombre que, durante los últimos cinco años, había sido uno de los misterios de Londres. La pieza en que estábamos era un pequeño dormitorio, bien amueblado, del Queen's Hotel, de Manchester.
Baldomero, de pie en la puerta de su dormitorio, dijo, prendiéndose el tirador que sujetaba sus bombachas y mirando a la tormenta: ¡Ah!... ¡canalla!... no quisiste descargar... ¡Si la seca se afirma... yo no sé qué va a ser!...
Palabra del Dia
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