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Actualizado: 24 de julio de 2025


Donna Olimpia fue la que más agradó y sorprendió por su porte majestuoso, y más aún por la nítida blancura de su tez y por el áureo fulgor de sus cabellos rubios, prendas muy raras en aquella tierra. Así es que la consideraron y ponderaron como si fuese criatura sobrehumana y hasta la propia Parabanú, emperatriz de las hadas.

Sea de esto lo que se quiera, lo que nos importa añadir aquí es que el aspecto, ademán y entono de donna Olimpia estaban llenos de reposada majestad. De sus años no sabemos qué decir. Como las deidades mitológicas, como los seres inmortales, su edad era problemática; era casi un misterio. Se diría, no obstante, que aquel astro culminaba entonces en el meridiano de su belleza y de su gloria.

No era como doña Sol ninguna ilustre y orgullosa dama, ni siquiera, como donna Olimpia célebre daifa de alto precio; era una humilde muchacha, nacida y criada entre gente abyecta, sin patria y sin hogar; hija de una raza maldita y vagabunda, que no hacía muchos años se había difundido por toda Europa y al fin penetrado en España. Ignorábanse su origen y su procedencia.

En fin, y para no cansar a los lectores, consignaremos sin más preámbulo que el Preste Juan o soberano de aquella tierra que se llamaba entonces David, se enamoró perdidamente de donna Olimpia, y acabó por casarse con ella.

Estas manos, que se ha de comer la tierra, lo han condimentado todo. Estoy orgullosa de mi habilidad culinaria. Ha sido mi tarea del día de hoy. Bien puedes decir como Tito interpuso donna Olimpia que no has perdido tu día. ¿Lo oyes, Tiburcio? Llámame tu Tita que es más breve y más dulce que tu Teletusa. Y diciendo esto, puso sobre la mesa el plato con la cabeza de jabalí.

Con menos tiempo y trabajo repuso donna Olimpia me parece a que, si mis compatriotas los venecianos se hubiesen puesto de acuerdo con árabes y turcos y con el Soldan de Babilonia y con el de Egipto, tal vez hubieran podido abrir algún ancho canal por donde sin tantos rodeos hubieran pasado sus naves del mar Mediterráneo al mar Rojo, encaminándose luego por allí hasta más allá de Trapobana, a Cipango y al remoto país de los seras.

Morsamor sintió muy mortificado su amor propio, pero en el fondo de su alma tuvo que dar la razón a donna Olimpia, y no halló motivo para quejarse de ella ni de nadie. Sospechó, con todo que el mediador que había habido entre Feridún y Rustán y las dos aventureras no podía haber sido otro que el Sr.

A bordo toda la tripulación estaba encantada de la bondadosa amenidad de donna Olimpia y más aún del regocijo de Teletusa, de sus danzas y cantares y hasta de sus frutas de sartén, hechas a veces con tal abundancia que había para que todos comieran.

Donna Olimpia tuvo indicios de que se conspiraba contra ella y contra el rey. Para aquel generoso príncipe temió un mal percance y para ella fin no menos trágico que el de la famosa Raquel, judía de Toledo, o que el de doña Inés de Castro, tan celebrada más tarde por los poetas épicos y dramáticos portugueses. Donna Olimpia sabía eclipsarse y evadirse a tiempo.

Se cuenta, por último, que donna Olimpia, allá en su primera mocedad, se lució una vez en la academia platónica de Florencia, pronunciando un sublime discurso sobre el amor, que oyó Marcilio Ficino, ya viejo, y quedó embelesado de oírle. Vamos, vamos, no me cuentes más de esa mujer. Basta con lo que has dicho para comprender que es la más desvergonzada de las aventureras.

Palabra del Dia

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