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Actualizado: 24 de julio de 2025
Empleado Morsamor en sus rendimientos y obsequios a doña Sol, no había vuelto a ver y apenas había recordado a donna Olimpia, desde que la vio salir de Belén el día del Rey: pero donna Olimpia, aunque distraída y empleada también a su manera, nunca había dejado de recordar a Morsamor desde entonces, porque le hizo impresión viva y profunda y porque daba por cierto que en toda nuestra península no había ni podía haber galán más apuesto y hermoso, ni más gallardo y gentil hombre.
Sus lánguidos y livianos bailes y la mórbida esbeltez de sus formas eran encanto de los ojos y dulce lazo en que los corazones quedaban cautivos. En medio de tanto deleite, Morsamor se había mostrado impasible, silencioso y tétrico. Ninguna mujer había logrado prenderle, ni aun con las ligeras y frágiles cadenas en que donna Olimpia le había prendido.
Donna Olimpia así lo recomendaba diciendo: Nada de malos tratamientos. No le hagáis el menor daño. Hasta podéis desatarle las manos cuando esté en el desván y llevarle de comer y de beber y un colchón para que duerma. Dirigiéndose luego a Miguel de Zuheros, donna Olimpia le dijo: Yo os ruego, señor, que me perdonéis el grave disgusto que os ha causado el venir a verme.
Atraída donna Olimpia por la trascendente fama del esplendor y de la riqueza de esta capital, ha venido a ella, hará dos semanas, en compañía de su amiga y en cierto modo discípula, la de Cádiz, a quien ha dado el nombre que ya te he dicho de Teletusa. Porque es de saber, que la tal donna Olimpia, lejos de ser una hembra adocenada, tiene portentoso ingenio y despunta por su mucha doctrina.
Allá en su interior, todo aquello repugnaba no poco a Miguel de Zuheros; pero cierto vehemente atractivo de amor vicioso luchaba con la repugnancia y la vencía. Morsamor no quiso o no se atrevió a rechazar los propósitos y ofrecimientos de donna Olimpia. Dichos propósitos se cumplieron.
Dulce y modesta era donna Olimpia. Nadie con justicia hubiera podido censurarla de marisabidilla y bachillera; pero en su trato íntimo, y cuando Morsamor la estimulaba a hablar, mostraba su rara discreción y su mucha doctrina con sencillez y sin pedantería ni jactancia.
Nadie me quitará de la cabeza dijo Tiburcio a donna Olimpia, que estaba a su lado que si bien la música, como todas las demás artes, ha adelantado mucho en estos últimos tiempos, todavía hay en ella secretos misteriosos, descubiertos en las edades primitivas y conservados ocultamente en los santuarios y en los colegios sacerdotales.
Donna Olimpia ha querido que nuestra separación sea súbita y por sorpresa para ahorrarnos a todos el trance desgarrador de la despedida. Ella desea que Morsamor alcance grandes victorias, triunfos y laureles en la India; entiende que para esto perjudicaría a Morsamor si le siguiese y por eso le deja. Si él por un lado, ella también separadamente por otro, puede vencer y triunfar sola.
Desgarradores fueron los gritos que en aquella ocasión lanzó donna Olimpia, al considerar que se ahogaban sus más bellas esperanzas. Donna Olimpia tuvo, sin embargo, que callarse, porque el corsario, brutal e iracundo, la amenazó con arrojarla también al mar si no se callaba. De lo que ocurrió al día siguiente ya hemos dado cuenta. Ya sabemos cómo el corsario pagó de una vez todos sus delitos.
¡Rubia! exclamó muy turbado. ¡Tiene un ligero acento francés y se ha teñido de rubio! ¡Vamos! querido, ya verá usted cómo todo le sale á pedir de boca: Jenny resultará, de fijo, una verdadera morena y una falsa americana... Pero baja el telón. Vamos al escenario, si usted quiere; hablaremos con la prima donna y la invitaremos á cenar.
Palabra del Dia
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