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Actualizado: 15 de junio de 2025


Bien, bien dijo Artegui, vuelto ya a su displicente reserva. Rompió el tren a andar, y quedose Sardiola de pie en el andén, agitando la servilleta en señal de despedida, sin mudar de actitud hasta que el humo de la chimenea se borró en el horizonte. Lucía miraba a Artegui, y hervíanle las preguntas en los labios. Mucho le quiere a usted ese pobre hombre murmuró al fin.

La niña no tiene padre, ni madre, ni hermana, ni hermano. ¿Es que usted trata de sustituir a alguna de estas personas? El cómico examinó la punta de su taco y miró después en torno, con aire displicente, y hasta en sus labios pareció dibujarse una sonrisa sardónica. que es una niña extraña y voluntariosa continuó el maestro, pero es mejor de lo que era.

Precisamente por eso replicó con displicente laconismo. Hubo unos instantes de silencio. Tristán comenzó a hablar en voz baja y afectando mucha calma. En realidad, había padecido una equivocación lamentable depositando su confianza en Estévanez, porque éste jamás había dejado pasar ninguna obra apreciable.

La mujer hasta los treinta años, constantemente está alerta, á la primera palabra que se cruza con un individuo del sexo opuesto, se pone en guardia; si no le agrada contrae las cejas y su contestación fría y displicente le dice atrás paisano, siguiendo imperturbable su camino; si por el contrario le agrada, entonces el disimulo es imposible, en este caso procede una proclama incendiaria y el motín es casi seguro.

Pero en este caso le repugnaba doblemente porque nada halagüeño podía anunciar a su amigo y admirador. Sacóle del compromiso la aparición de una joven hermosa y elegantemente vestida que venía al encuentro de ellos por la acera del Principal. Aquí está la Amparo dijo con la gravedad displicente y desdeñosa que Ramoncito admiraba.

Cuando Zaldumbide se encontraba alegre y con ganas de pasar el rato, pegaba él mismo; cuando estaba displicente, pegaba Demóstenes el negro, un marinero que con frecuencia hacía de verdugo. Para los delitos de robo, Zaldumbide empleaba el cepo y la barra. En el fondo, el capitán era más egoísta y avaro que cruel. Su única preocupación era reunir dinero. Debía de ganar mucho.

Perdió aquellos modales arrogantes que jamás le abandonaban, su mirar altivo, su displicente sonrisa: cuando hablaba con ella hacía esfuerzos increíbles para ocultar su rendimiento, pero sin conseguirlo más que á medias. Temía ofenderla con cualquier frase un poco atrevida.

Por esto, una noche se le apareció a Cristela un enano de largas barbas blancas, uno de esos enanos que trabajan los metales en el seno de la tierra... Y le dijo: Yo por qué estás triste, Cristela. Cristela repuso, displicente: Muy curioso sería, caballero, que usted supiese más de lo que yo de misma.

A me va perfectísimamente; no te has equivocado repuso en el mismo tono displicente, sin mirarle a la cara. ¿Cómo no, siendo en todas partes donde te presentas la estrella Sirio? Dispensa, chico, no entiendo de astronomía. Sirio es la estrella más brillante del cielo. Eso lo sabe todo el mundo. Pues yo no lo sabía... ¡Ya ves, como soy una paleta!

Pasaba las noches en un sueño inquieto, temblando por lo que podría decir la prensa al día siguiente, y cuando encontraba un pequeño suelto laudatorio lo leía a la familia, y encerrándose en su despacho, pasaba las horas contemplando con ojos amorosos el pedacito de papel, para mostrarlo después, con ademán displicente de grande hombre fatigado de la gloria, a todos sus visitantes.

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