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Actualizado: 3 de mayo de 2025
Don Quijote, que los vio tan atentos a mirarle, sin que ninguno le hablase ni le preguntase nada, quiso aprovecharse de aquel silencio, y, rompiendo el suyo, alzó la voz y dijo: -Buenos señores, cuan encarecidamente puedo, os suplico que no interrumpáis un razonamiento que quiero haceros, hasta que veáis que os disgusta y enfada; que si esto sucede, con la más mínima señal que me hagáis pondré un sello en mi boca y echaré una mordaza a mi lengua.
Después de una pausa larga, añadió humildemente: No puede usted figurarse cuánto me disgusta el observar la envidia de D. Narciso. ¿La envidia? preguntó el sacerdote con sorpresa. ¿A quién tiene envidia? A usted, padre, a usted repuso con firmeza la joven. No, hija, no dijo el P. Gil todo azorado. Yo no puedo excitar la envidia de nadie... Soy un pobre clérigo... un miserable pecador...
Si no se disgusta, mejor que mejor; así me evitaré un remordimiento. Cecilia es fría; ni quiere mucho, ni odia mucho tampoco. Es muy buena; no conoce el egoísmo. Pero siempre la encontrarás igual, ni alegre ni triste; incapaz de tomarse un disgusto por nada ni por nadie... Al menos, si se los toma, nadie lo conoce... ¿Qué haces? añadió volviéndose rápidamente.
El tiempo ha asentado muy levemente su mano sobre la ciudad de las flores, pero cuando lo ha hecho ha sido alternado lo existente hasta quedar desconocido, y la extravagante modernidad de ciertas calles y plazas de la actualidad disgusta ciertamente a aquellos que, como yo, han conocido a la vieja ciudad antes de que se construyera la plaza Vittorio, siempre la plaza Vittorio, sinónimo de vandalismo, y cuando existía aún el antiguo Ghetto, pintoresco aunque sucio.
Está cosido a las faldas de su bella cuñada; responde otro con aire burlón. ¡Deja en paz a mi cuñada! le dice Juan frunciendo el entrecejo. El tumulto lo disgusta, los gritos roncos lo ensordecen, las bromas torpes le hacen mal. Bebe apresuradamente dos vasos de cerveza fresca, y sale, librándose con gran trabajo de las instancias importunas de sus camaradas.
Nieves, luchando con resolución contra ciertas dificultades fáciles de presumir, que hallaba en la empresa en que se había empeñado, respondió, jugueteando con la tijerita con que cortaba las hilachas del bordado en que se entretenía: Me disgusta... o mejor dicho, no me gusta, algo que tiene que ver, o que puede tenerlo, con la venida esa. Y ¿cuál es ese algo?
No me atrevo á jurarlo, porque me tenéis tan presa el alma y os teme tanto, que no sabe por dónde escaparse. Siempre que no me habléis de amor... ya sabéis donde vivo. Me aprovecharé de vuestra buena oferta, y me contentaré con adoraros en éxtasis. Es que yo no quiero veros idólatra. Pero dejando esta conversación, que os lo aseguro, me disgusta, ¿á dónde íbais por aquí?
Mi tío dijo la condesa es la mismísima personificación del statu quo. Todo lo nuevo le disgusta. Voy a envejecer lo más pronto posible, para agradarle. No harás tal, sobrina repuso el general ; y así no exijas tampoco que yo me rejuvenezca para adular a la generación presente.
Mas he aquí que esta patente economía, en vez de satisfacer a los socios, les disgusta y levanta polvareda; los viejos se pusieron inmediatamente enfrente del audaz reformador y algunos jóvenes también. ¿Para qué sirven esas economías? ¿Para traer más libros? Demasiados hay en la biblioteca.
Su tacañería me disgusta. Pero entre hermanos hay que vivir en paz, ¿no es verdad? y por esto sufro que a espaldas mías hable mal de mis costumbres. Afortunadamente, una tiene lo que necesita para pasarlo bien, y no se ve obligada a buscar los auxilios de ese avaro. Una nueva visita entró en el salón. Eran «las magistradas», una mamá y tres hijas, íntimas de las niñas de la casa.
Palabra del Dia
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