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Actualizado: 15 de julio de 2025
Sí, señor... como el teatro está cerrado ahora... Es la mejor ocasión. Como estamos en cuaresma, y es la época de ajustar para la próxima temporada cómica, desearía que usted me recomendase... ¡Bravo empeño! ¿A quién? Al Ayuntamiento. ¡Hola! ¿Ajusta el Ayuntamiento? Es decir, a la empresa. ¡Ah! ¿Ajusta la Empresa? Le diré a usted... según algunos, esto no se sabe... pero... para cuando se sepa.
Si usted ha creído que nosotros nos gozamos en acusar, en sospechar a toda costa, yo desearía que al salir de aquí se persuadiese usted de su engaño. Nuestro deber es descubrir la verdad, y por más que este propósito sea el más digno de todos, nosotros también sufrirnos cuando por apariencias falaces mantenemos en prisión a un inocente, así como gozamos cuando podemos ayudarlo a librarse.
Desearía haberlo demostrado a satisfacción de ustedes en el abasto provisional que hice para su cocina y despensa. Puedo jurarles que puse en ello los cinco sentidos.
Allí debía permanecer, clavado a su torre como si fuese una cruz, sin esperar nada, sin desear nada, buscando en la anulación de su pensamiento una felicidad vegetativa semejante a la de las sabinas y tamariscos que crecían entre las peñas del promontorio, o a la de las almejas agarradas para siempre a las rocas sumergidas. Tras larga reflexión conformábase con su suerte. No pensaría, no desearía.
Delaberge estaba encantado; sin adularse mucho, tenía plena conciencia de poder cumplir el programa de la joven, y una alegre claridad iluminaba su rostro. ¡Muy bien! dijo. Esto en cuanto a lo moral... Pasemos ahora a las cualidades físicas... ¿Desearía usted que el marido ideal fuese muy joven?
Al cuarto del señor Delaberge. Mañana se reúne en la alcaldía el sindicato formado por los usuarios y antes de convenir con ellos la forma en que habremos de proceder, desearía ver al inspector general... Ya comprendes... No estaría de más hacerle hablar y saber cuáles son sus intenciones...
En cambio, la mayoría de los otros hombres no son el sí y el no, sino el qué sé yo; que no saben, ni sienten, ni viven, ni importan. ¿Qué tengo yo con ellos? ¿Por qué he de hablar el idioma de ellos? Usted es otra cosa. Yo desearía que usted entendiera mi idioma.
María y yo, por de pronto, profesábamos cordialísima antipatía al padrastrillo. Te aseguro decía él a mamá, señalándonos con el mentón que desearía vivir siempre contigo para vigilar a tus hijos. Te van a dar mucho trabajo. ¡Déjalos! respondía mamá cansada. Nosotros no decíamos nada; pero nos mirábamos por encima del plato de sopa.
JULIA. ¡Comprendido...! Usted tiene un marido que se interesa por las artes aplicadas y que desearía convertirla en una artesana... DORA. ¡No! Estoy aquí sin que lo sepa. Querría darle una sorpresa, ¿me entiende? Se trata de una de esas gestiones que una no se atreve a confesar a su prometido, y todavía menos a su esposo, aunque éste sea tan americano como usted y como yo.
«¿Queréis tener la bondad de entregar al portador el libro de que me hablasteis anoche? Quizá sea algo serio para mí; pero desearía ensayar su lectura. Hasta luego; venid lo más temprano posible. Bettina.» Juan lee y relee estas pocas líneas... hasta que no puede leer más, pues se le nublan los ojos. Esto es todo lo que me quedará de ella piensa.
Palabra del Dia
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