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Actualizado: 24 de junio de 2025
Si pudiera resentirme con vos por algo, lo haría por ese pensamiento, ¡oh, sí, lo habéis tenido! el pensamiento de que yo os querría todo para mí, que os pediría abandonarais vuestra carrera. ¡No, nunca, jamás! oíd bien, jamás os pediré una cosa semejante... Una joven amiga mía hizo eso al casarse; pero hizo mal... os amo tal como sois, y porque vivís de otra manera y mejor que todos los que me deseaban por esposa, yo os deseo por marido.
Detrás de la imagen arcaica desfilaba lo más interesante de la procesión: el ejército doliente de los que deseaban hacer pública su gratitud al Señor del Milagro por los favores recibidos. Eran «chinitas» de juvenil esbeltez y frescura jugosa, con una vela en la diestra y un manto negro sobre la falda hueca de color vistoso y amplios volantes.
Como esto se comenzó á divulgar entre los soldados, todos deseaban ser ya allá, y ansí daban priesa en la partida, y hubo Capitanes que se quisieron ir sin aguardar la Real, por lo que acordó Andrea Gonzaga partir la noche de Navidad, y otro día, en amaneciendo, al salir del puerto, llegó D. Pedro Velázquez, Comisario de la armada, en una galeota y dió nueva que estaban en Malta.
Este no jugaba nunca, pero ¡sabía tanto, á pesar de que muchos le tenían por loco!... Treinta años antes había salido un día de su casa en París, diciendo que iba á comprar tabaco, y aún no estaba de vuelta. Su mujer había muerto sin verle, y sus hijos, con un sinnúmero de nietos nacidos y crecidos durante su ausencia, deseaban que nunca acabase de hacer su compra.
Fueron entrando en el comedor amigos entusiastas que antes de ir a almorzar a sus casas deseaban ver al diestro. Eran viejos aficionados, ansiosos de figurar en una bandería y tener un ídolo, que habían hecho del joven Gallardo «su matador» y le daban sabios consejos, recordando a cada paso su antigua adoración por Lagartijo o por Frascuelo.
Con su charla de pájaro y su carácter en apariencia frívolo, era el varón fuerte e inconmovible. Expuesta a las tentaciones de otros hombres que la deseaban, no había vacilado jamás. Y él era la mujer sin voluntad, el alma débil y vulnerable a todo deseo, el instinto caprichoso que había que vigilar de cerca y tener siempre de la mano como a un niño enfermo.
Las mujeres parecían más graves y silenciosas, poseídas de súbito ascetismo. Rehuían las conversaciones, como si fuesen peligrosas para su virtud. Deseaban estar solas, y movían en este aislamiento su pluma lentamente, con vacilaciones entre línea y línea, cual si temieran decir poco o decir demasiado.
14 Porque los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan su patria natural. 15 Que si se acordaran de aquella de donde salieron, cierto tenían tiempo para volverse; 16 mas empero deseaban la mejor, es a saber, la celestial, por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les había aparejado ciudad.
¿Cómo no adorar a Adela? Era la verdad entre la mentira, el candor entre la malicia, decía mi amigo al verla en el gran mundo; era el cielo en la tierra. Los padres no deseaban otra cosa: era un partido brillante, la boda era para entrambos una especulación; de suerte que lo que sin razón de estado no hubiera pasado de ser un amor, una calamidad, pasó a ser un matrimonio.
No, no era cierta la afirmación del centauro. En tiempos normales, tal vez. Lejos del país de origen y cuando no corre éste ningún peligro, se le puede olvidar por algunos años. Pero él vivía ahora en Francia, y Francia tenía que defenderse de enemigos que deseaban suprimirla. El espectáculo de todos sus habitantes levantándose en masa representaba para Desnoyers una tortura vergonzosa.
Palabra del Dia
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