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Actualizado: 19 de octubre de 2025
Sería... un león». «¡Ca!». «Pues sería... un elefante». «¡Caaa!». «Sería... lo que usted guste, caramba». «¡Una sota de bastos, señor de Castrelo! ¡Era una sota de bastos!». Minutos de no entenderse. El ratón reía con una especie de hipo agudo; el señorito de Limioso, ronca y gravemente; el cura de Boán, no sabiendo cómo desahogar el regocijo, pateaba en el suelo y abofeteaba a la mesa.
No cabiéndole el susto en el corazón ni hallando sus pulmones aire bastante en el recinto de su despacho, salió en busca de su familia para desahogar con ella una parte siquiera de la angustia que le asfixiaba; pero no tuvo necesidad de recorrer mucho camino, porque a la mitad de él se tropezó con doña Juana, que venía buscándole, pálida, con la boca abierta, las manos sobre el cogote y los ojos extraviados.
No pensé aún en que por amor iba a volver a ser tuya, pero pensé en nuestra antigua amistad y me propuse renovarla, estrecharla y hacerla ya más constante y sin interrupciones. Pensé también confiarme en ti y desahogar mi corazón diciéndote todos mis disgustos y mis dolores todos.
Eso no prueba más que tiene V. un corazón agradecido y piadoso. Maximina se ruborizó entonces hasta las orejas. Adolfo, a quien sin duda pareció muy mal esta alabanza y quería a todo trance desahogar su resentimiento, exclamó sonriendo estúpidamente: ¡Es una beatona! Se pasa la vida comiendo los santos. Pues ahora no estaba comiendo los santos, sino barriendo respondió Miguel.
Pudo haberse casado, porque todas las mujeres ricas se casan. Pero se había enamorado de un hombre que estaba enamorado de otra tan rica como ella y además hermosa y señora de título, con la que se casó al cabo. Doña Angela, no encontrando otro medio mejor para desahogar su cólera, se metió en las Descalzas Reales. Duróle la rabia un año, y tuvo tiempo de profesar.
Sollozos más hondos y desgarradores fueron la respuesta. El Padre Arrigoitia estrechó cariñosamente las manos de la afligida. ¿Me promete usted...? murmuró con ardiente súplica, con la autoridad toda de su voz, acostumbrada a mandar en los espíritus. Sí, respondió Lucía.... Me iré mañana... pero déjeme ahora desahogar..., me muero. Llore usted contestó el jesuita . Ensanche ese corazón.
Bajaron los mozos sin tropiezo su carga; Pepe y Millán tendieron en la camilla a don José, y unos delante, otros detrás, echaron a andar hacia la calle de Toledo. La puntillera, al ver alejarse el triste grupo, comenzó a desahogar su indignación con grandes voces, y la gente de los portales vecinos formó corro en derredor suyo.
Amaranta, después de desahogar las antiguas cóleras de su pecho, estaba meditabunda y aun diré que arrepentida de todo lo que había dicho, doña Flora preocupada, y Congosto, con los ojos fijos en el suelo, revolvía sin duda en su cabeza altos y caballerescos pensamientos. Sacó a todos de su perplejidad una visita que nadie esperaba, y que causara general asombro.
Cuando no podemos desahogar el alma de las cosas confusas y sin nombre que en ella laten, a través de los ojos de la carne, inundados de lágrimas, los ojos del espíritu se levantan al cielo, al gran misterio, y allí quedan posados en muda contemplación, suspenso el tiempo, suspensa la vida misma.
Obdulia, que durante los últimos meses le había visto con pena distraído, sintió gran alegría al hallarle de nuevo atento, solícito, escuchándole horas enteras desahogar las menudas preocupaciones de su espíritu sin impacientarse. Era un retorno feliz a la dulce confianza, a las pláticas místicas, a las familiaridades de antes.
Palabra del Dia
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