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Actualizado: 7 de junio de 2025


Acabaron su vida las ropillas; no quedaba andrajo en pie. Menudeaban tanto las piedras y cascotes, que dentro de poco tiempo tenía el dicho don Toribio más golpes en la cabeza que una ropilla abierta, y no hallando remedio contra el granizo, viéndose sin santidad cerca de morir San Esteban, dijo que le dejasen salir, que él pagaría luego y daría sus vestidos en prendas.

Encontrándose allí con Medrano, dijo a éste y al paje que le dejasen solo. La luna debía asomar hacia el naciente, pues la muralla comenzaba a contornear por ese lado sus triangulares almenas. Más de una hora pasó Ramiro sin apartar los ojos de la casa de Beatriz. Parecíale por momentos que el postigo de la puerta se entreabría y se cerraba. De pronto, un cuerpo de mujer asomó por la abertura.

Besábale las manos, sin que sus labios dejasen la ardorosa huella del deseo contenido, y todo el exceso de Juanito consistía en morder las duricias de la epidermis producidas por el contacto de las tijeras o las rozaduras y pinchazos de la aguja.

Y ya que las hagáis, ¿por qué pecáis por el extremo contrario con Verónica, que es una niña como unas perlas? ¿Por qué detestáis a la una tanto como queréis al otro? Negaba la marquesa que ni ella ni su marido dejasen de querer bien a su hija, y hasta citaba en testimonio de ello el regalo en que la mantenían.

Llevaban esto de mala gana los Chiquitos; pero su Capitán, fervorosísimo en la fe, cuando antes de convertirse parecía una fiera, mandó que se las dejasen coger, queriendo con tal bondad y mansedumbre ganarles el afecto y la voluntad, y sus almas para Cristo.

No había cuidado: las cabezas estaban sólidas; como si allí no se bebiese mas que agua, nadie incurría en descuido ni hacía jugadas torpes. Y seguía la partida, sin que por ello los de la apuesta dejasen de hablar con los amigos, bromeando sobre el final de la lucha. Pimentó, al ver á Batiste, masculló un «¡Holaque pretendía ser un saludo, y volvió la vista á sus cartas.

Luego, la llegada a su casa, las preguntas de la madre, el tráfago de la servidumbre, el cambio de ropas, y, en fin, todos los incidentes de su regreso despertaron la sobreexcitación y la calentura. Los médicos, después de sangrarle copiosamente, ordenaron que le dejasen dormir. Se hallaba, al fin, completamente solo y en su propio lecho. La habitación estaba a obscuras.

Don Luis daba voces a sus criados que le dejasen a él y acorriesen a don Quijote, y a Cardenio, y a don Fernando, que todos favorecían a don Quijote. El cura daba voces, la ventera gritaba, su hija se afligía, Maritornes lloraba, Dorotea estaba confusa, Luscinda suspensa y doña Clara desmayada.

Y su asombro aún se aumentó en los otros días, mezclado con cierta amargura. Era una mujer que parecía renovarse diariamente, olvidando lo pasado. Le recibía con grave tiesura, como si nada hubiese ocurrido, como si en ella no dejasen rastro los hechos, como si el día anterior no existiese, y únicamente cuando la música evocaba la memoria del otro venían el enternecimiento y la sumisión.

Uno de los presos suplicó que le dejasen descansar porque tenía que hacer una necesidad. ¡El lugar es peligroso! contestó el cabo, mirando inquieto al monte; ¡súlung! ¡Súlung! repitió Mautang. Y silbó la vara. El preso se retorció y le miró con ojos de reproche: ¡Eres más cruel que el mismo español! dijo el preso. Mautang le replicó con otros golpes.

Palabra del Dia

rigoleto

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