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No obstante, todas las cartas que venian de las ciudades de los Españoles anunciaban que habia grandísima esperanza: que por dias se esperaba de Europa un navio de guerra que habia de desbaratar todo el tratado; que todo el bienestar de los indios, en este intermedio que se aguardaban las providencias, consistia en la constante oposicion á los Ministros reales que estaban en estas partes, los cuales trabajaban con ahinco en la ejecucion del tratado, para que antes que viniese de la Corte el consuelo á los pobres, las cosas estuviesen en tal estado que no admitiesen remedio, estando una vez tomados algunos pueblos: y por tanto, protestaban á los indios que harian al Monarca un gran servicio, si se defendian, oponian y resistian con todas sus fuerzas, mientras llegaba de Europa la providencia que se esperaba. ¿Quien creyera esto? que las cosas de los indios esten en tal estado, y se hallen en tal situacion que para servir al Rey y prestarle fidelidad, sea necesario tomar contra el mismo Rey las armas.

Frente por frente de la meseta que defendían los guerrilleros, y en la ladera opuesta del barranco, a quinientos o seiscientos metros, avanza una especie de espolón descubierto y escarpado que Hullin no había creído necesario ocupar provisionalmente para no dividir las fuerzas, y además porque imaginaba que no le sería difícil rodear la posición por los pinares y establecerse allí en caso que el enemigo intentase apoderarse de ella.

Se le destrozaba el corazón ante la idea de que se hubiese matado por él. Los recuerdos del pasado se revolvían contra las afirmaciones del doctor y defendían victoriosamente la causa de Honorina. La multitud abrió paso al señor Stevens y a sus acompañantes. Guiados por los agentes llegaron a la cámara mortuoria. La señora Chermidy estaba en su cama con el mismo vestido que la víspera.

Consintiéronselo, y a pesar de los otros, que se defendían con él, descalabrado y como pudo se levantó y pasó a mi lado. Los otros, por presto que acordaron a hacer lo mismo, ya tenían las chollas con más tejas que pelos. Ofrecieron para pagar la patente sus vestidos haciendo cuenta que era mejor entrarse en la cama por desnudos que por heridos.

De repente, una exhalación salvaje rasgó el aire. Y yo sentí aquella masa ávida, arremeter sobre las carretas que defendían la puerta, formadas en semicírculo. Al choque todo el maderamen de la «Hospedería de la Consolación Terrestre», crugió y osciló. Corrí a la baranda. Abajo bullía un tropel desesperado en torno de los carros derribados.

Defendían el dinero con mayor tenacidad que los otros continuó Atilio , con una paciencia de bueyes testarudos é incansables; pero acababan perdiendo, igual que los demás. ¿Quién no pierde aquí?... Hasta el Casino, que gana siempre, pierde ahora. Antes de la guerra, su renta era de cuarenta millones por año.

La lucha fué empeñada y brillante; se atacaban con denuedo y se defendían con destreza increíble, menudeando los golpes formidables que resonaban al chocar las espadas entre ó sobre los fuertes arneses.

Un labrador manchego, á quien se le preguntó durante la guerra de la Independencia por el número de tropas que defendían el paso de Sierra-Morena, replicó: Un medio mundo delante; un mundo entero detrás, y en el centro la Santísima Trinidad.

Los genoveses, entretanto, se defendían con la usura. A partir del año 1590, el desbarajuste fue pavoroso para la hacienda del Rey. Las Cortes, corrompidas por el Monarca, habían exigido a las ciudades ocho millones de ducados. Y la pobreza y el hambre arreciaban como flagelos de Dios.

Dispúsose el Templo de Santo Domingo en la misma forma, hermosura y adorno que para la otra vez, solo que para mayor lucimiento se le añadió a mano derecha al entrar, un tablado grande y muy salido para los Caballeros de la Cofradía de San Jorge, y dos barandas de madera que tirando con la anchura de una buena puerta casi desde la entrada de la Iglesia, se iban ensanchando hasta los remates del Coro bajo y servían de valla a la innumerable multitud del vulgo, y de comodidad y desahogo de las Señoras, que estaban dentro; y para más seguridad defendían la entrada con su mucha autoridad, y conocida nobleza el Señor Don Agustín Gual, y el Señor Don Antonio de Verí.