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Actualizado: 5 de junio de 2025


Paréceme que os esperan, y que os espera alguna persona á quien no debéis hacer esperar... y acaso... acaso os esperan muy altas personas. Vamos dijo el joven. Y tiró adelante. No es por ahí dijo Quevedo. Pues guiadme vos. Y vos llevadme, si hemos de andar de prisa.

Y no me ofende más que el dolor de no ser rey, puesto que al rey amáis vos; pero levantáos, señora, no sois vos la que debéis estar á mis pies. ¿Es decir que tenéis empeño formal en que yo no os reconozca? Creed que hay en grandes razones para no querer ser conocido de vos. Respeto esas razones, señor, las respeto, y me someto á vuestra voluntad. ¿Quedamos, pues, en que yo no soy el rey?

Debéis alegraros por lo que toca á vuestra hacienda, aunque la lloréis como cristiano; la Dorotea os tenía apurado; dándose muerte desesperada, os ha librado de apuros y de gastos. Púsose densamente pálido el duque de Lerma. ¿Pero quién ha asesinado á... Dorotea? Su despecho. Su muerte va á causar un alboroto, un escándalo; era muy querida del público.

Mas ¡ay! llegaréis, flores, conservaréis, quizás, vuestros colores; pero lejos del patrio, heroico suelo, a quién debeis la vida perderéis los olores; que aroma es alma, y no abandona el cielo cuya luz viera en su nacer, ni olvida. Heidelberg, Abril 1896.

ESCIPIÓN. ¡De ningún modo! ¡Qué pesadez, Dios mío! ¡Marchaos y no temáis nada! CLEOPATRA. Muy bien; ¿pero nos llevaréis en brazos? ESCIPIÓN. ¿Cómo? CLEOPATRA. ¿No comprendéis? Pues es muy sencillo: ya que nos habéis traído aquí, debéis ahora llevarnos junto a nuestros maridos. La distancia es muy larga, y no podemos ir a pie.

¿Qué debéis callarla? exclamó el duque, cada vez más atónito. Así lo creo dijo Stein ; y este deber me priva del único consuelo que me quedaba, el de poder desahogar mi corazón en el del noble y generoso mortal que me abrió su manos poderosas y se dignó llamarme su amigo. ¿Y adónde vais? A América.

¡Dejadme ir a tierra! exclamaba el pobre Capitán, mesándose el cabello . ¡Dejad que vaya a vengar a mi tripulación! ¿Para haceros matar, señor? respondía el viejo piloto . No; hemos hecho todo lo posible por salvarlos, y no debéis seguir exponiendo vuestra vida ni la de vuestros sobrinos.

El duque está loco, señor dijo Lerma , y como á tal no podéis tenerle al lado del príncipe. Su petición demuestra su locura. ¿Pues qué, vuestra majestad tiene necesidad de decir á un vasallo, por muy alto que éste sea, ni debe decirle las razones que ha tenido para quitarle un oficio que le había dado? Este es un crimen de lesa majestad, señor, que debéis castigar con energía.

Digo, que para tener de tal modo calado el sombrero y subido el embozo cuando yo os hablo, debéis ser mucha persona. De hidalgo á hidalgo, sólo al rey cedo. Os habla el conde de Olivares, caballerizo mayor del rey dijo el otro caballero que hasta entonces no había hablado. ¡Ah! Perdone vuecencia, señor dijo el incógnito desembozándose y descubriéndose , es la primera vez que vengo á la corte.

Frunció el bello y pálido entrecejo doña Juana. Lerma abusa de vos, madre mía, de vuestra buena fe dijo don Juan . Lerma es un ladrón duque, un miserable. Yo os convenceré, vos no debéis servir á Lerma... y, además, si no os conociesen tanto en la corte, como aún sois hermosa y joven... Cincuenta y seis años dijo la duquesa. Sin embargo, podrían creer... ¡Qué! Podrían creer que amábais.

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