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Actualizado: 5 de mayo de 2025


El viejo aparentará conformarse, os sonreirá, si conviene; pero estad seguros de que en aquel momento os odia; estad seguros de que una sonrisa de hiel vierte una lágrima sobre su corazon. ¡Ay del mundo, si se rociára la cabeza con aquella lágrima! No le hableis al viejo del sepulcro, por la misma razon que no debeis hablar al niño de la cuna.

Estaba el joven observador vestido bien a la ligera, porque su levitón había quedado inservible, y debía atormentarle el frío. El español dio algunos pasos para acercársele; pero se detuvo, no sabiendo cómo dirigirle la palabra. De pronto se sonrió, como de una feliz ocurrencia, y yendo en derechura hacia él, le dijo en latín: Debéis tener mucho frío.

Decís bien, debéis descansar... aunque no sois vieja. Trabajo siempre para el público... Decís bien... debéis trabajar para menos gente... ya quise que trabajáseis para mi... con el corazón; pero vuestro corazón anduvo reacio. Punzáis, don Francisco. ¿Ortiga me hacéis? desgraciado ando. No lo andáis mucho, cuando os veis en la corte. Pues mirad: no quisiera ser cortesano.

Por consiguiente, maese Marner, como os lo decía hace un momento, las cosas tienen tantas vueltas, que os ocurren, como acaba de sucederme, que sois arrastrado hasta el último capítulo del libro de oraciones antes de volver al asunto; mi opinión es que no debéis desalentaros.

Fuí á ver esta mañana á don Rodrigo, y bueno será que lo sepáis... le encontré muy malo con un dagazo en los pechos, lo que debéis sentir mucho; porque, en fin, aunque vos le hayáis dejado por otro, cuando tan mal parado le veis, don Rodrigo os quiere bien.

No la amo... no... pero siento una horrible sed de venganza... La miserable... la desagradecida... yo que la había sacado de la miseria... y luego el hijo que lleva en el seno... Vos nunca habéis tenido hijos. ¡Cómo! ¿No es hija mía Inés? Vuestra primera mujer os engañó, como os ha engañado la segunda. ¡Dios mío! ¡Dios mío! De modo que debéis alegraros de que se os haya escapado.

¿Y este matrimonio lo ha hecho don Francisco de Quevedo? Sin él no se hubiera efectuado. ¿Y queréis que á un hombre que así me sorprende y que así de se burla, no le prenda y le sujete? Preso he de tenerle todos los días de su vida. ¿Aunque yo os ruegue que no le prendáis? Vos no debéis rogármelo. Os lo suplico. Pero yo no entiendo ni una palabra de esto.

Debéis, pues, perdonarle; señora, perdón merece quien confiesa su error, y perdonar también á la buena duquesa de Gandía, que es una pobre mujer, cuyo único delito es ser excesivamente afecta al duque... me lisonjeo en creer que empezamos una nueva era... enviaremos un respetable ejército á Flandes contra la Liga, arreglaremos nuestros negocios con Inglaterra, y nos haremos respetar.

Si deseáis conocer la historia de la gran invasión de 1814 tal como me la ha referido el anciano cazador Frantz del Hengst, debéis trasladaros a la aldea de Charmes, en los Vosgos.

¿Á dónde os encamináis esta mañana, moro de paz? preguntó á Roger apenas le vió. Á Munster, á casa de mi hermano, donde permaneceré probablemente algún tiempo, contestó Roger. Decidme lo que os debo, buena mujer. ¿Lo que vos me debéis? exclamó la ventera, que contemplaba admirada la muestra pintada por el joven la noche anterior.

Palabra del Dia

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