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Actualizado: 21 de junio de 2025
Todo esto del amor sin trabas ni leyes, del amor que se hurta de la sociedad y sus costumbres, bastándose a si mismo y, despreciando el que dirán, eran mentiras de poetas, músicos y danzantes, gente perdida y loca como aquella mujer que le arrebataba lejos, muy lejos, rompiendo para siempre sus lazos con la familia y con su país. El viejo parecía animarse con el silencio de Rafael.
4 Aún te edificaré, y serás edificada, oh virgen de Israel; todavía serás adornada con tus panderos, y saldrás en corro de danzantes. 5 Aún plantarás viñas en los montes de Samaria; plantarán los plantadores, y harán común uso de ellas. 6 Porque habrá día en que clamarán los guardas en el monte de Efraín: Levantaos, y subamos en Sion, al SE
Una vez separados, sus miembros libres producen otros pequeñuelos asimismo libres, que á su turno engendrarán repúblicas danzantes, las cuales renovarán en el mar aquella bacanal de fuego. Grandes masas más pacíficas pasean sobre las ondas innumerables luces.
De ahí la extraña monotonía del espectáculo. Aunque ninguno se rinde, de tiempo en tiempo un hombre ó una mujer sale del circulo de espectadores, le quita las velas á uno de los danzantes, le reemplaza sin ceremonia, y el que deja el puesto va á colocarse en la gran rueda, impasible como un tronco, sin revelar cansancio, ni placer, ni pena, ni zelos, ni amor, ni emocion alguna.
El vals recomenzaba; entramos en el gran salón y nos perdimos en el mar de danzantes. Blanca había pasado de su interesante palidez a un encarnado suave, que revelaba la excitación involuntaria que provocan en la mujer la música y el baile. El último vals lo había bailado con un ímpetu y un ardor de veinte años.
La incansable tenacidad de los danzantes correspondia á la de los músicos; y á pesar de emociones tan ardientes al parecer, ni un grito, ni un acento lírico, ni una sola palabra pronunciada en alto interrumpia el silencio extraño de la escena.
Concluído el almuerzo, llegó la hora de ir á misa; y al acercanos á la iglesia, fuimos acometidos por una comparsa de danzantes, bajo cuyos arcos tuvimos que pasar más de dos veces; honor tributado exclusivamente á las notabilidades del pueblo, ó mejor dicho, á todas las personas que podían dar algunas monedas de gratificación, en cambio de tan señalado festejo.
No tardaron éstos en tomar el compás de la vihuela y era cosa de verlos con los pies en el aire, bailando sobre las manos, con tanta presteza y facilidad como si toda la vida hubiesen andado en aquella postura. ¡Más aprisa, más aprisa! gritaban al tañedor, que los complacía riéndose á carcajadas. ¡Bravo, don alfeñique! exclamó por fin uno de los danzantes, dejándose caer rendido sobre la hierba.
Consulté mi reloj: eran cerca de las dos... Oía a la distancia los sonidos de un piano y el rítmico rozar de los danzantes... ¡Mis bodas! Me alisé el pelo, me ajusté la corbata, y, francamente, mi más grande satisfacción habría sido irme a tenderme en mi vieja cama y subirme la cobija hasta las orejas, en lugar de... ¡Brrr! En fin, ¿qué hacer? Me dirigí, pues, a los salones.
Arrastraban sillas, sonaba el piano y después el taconeo de los danzantes. Bailaban. «¡Y todo esto lo he traído yo! ¡Y bailan sobre las ruinas! ¡Los Reyes se arruinan; la casa Valcárcel truena... y el último ochavo lo gastan alegremente entre todos estos pillos y viciosos que he metido yo en casa!». «¡Empezó él!, decía ese tunante. ¡Y tiene razón! Yo empecé, y aún debo, aún debo... lo robado.
Palabra del Dia
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