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Actualizado: 23 de mayo de 2025
Casi adquirieron la certeza de que el pobre caballo no saldría de la enfermedad. ¿Qué iban a hacer ellas cuando se vieran confundidas entre las cursis que paseaban a pie por la Alameda? ¿Qué dirían las amigas al ver que transcurría el tiempo y la hermosa galerita, de que tan orgullosas estaban, permanecía arrinconada en la cochera?
No; pero pensarán que tú no haces más que repetir lo que yo digo. Y dirán la verdad. Quién me dijo ahora, al salir de allá: «¿Viste, oiste? ¡Eso no es tocar! ¡Lástima de piano!» ¿No fuiste tú? Pues entonces ¿de qué te espantas? Yo diré lo que me dé la gana. Ya lo sabes: ¡tan fea como tan franca! Me indignaba la murmuración de aquellas niñas tan mal educadas y tan cursis.
Se levantó como siempre, magnífico, sereno, sin mostrar temor alguno a los touristes, que le describen en sus cartas a los periódicos, ni menos a los poetas cursis, que le traen y le llevan y algunas veces hasta le mandan pararse para que escuche sus simplezas. ¡Muchísimo! El marino sonreía con semblante compasivo, como diciendo: ¡Qué sería el mundo, si los gustos fuesen iguales!
«Un caballero amigo mío dijo Refugio pasando de aquel tono convencido al de la jovial ligereza , me ha dicho que aquí todo es pobretería, que aquí no hay aristocracia verdadera, y que la gran mayoría de los que pasan por ricos y calaveras no son más que unos cursis... Porque vea usted... ¿En qué país del mundo se ve que una señora con título, como la Tellería, ande pidiendo mil reales prestados, como me los ha pedido a mí?
Hay clases también, y distinguidos y cursis entre ellos, y distancias, por tanto, que se guardan hasta en el Casino diariamente. Esto le baste, que mundo y habilidad y cacumen le sobran a usted para deducir el resto. »El Casino es el alma mater de todos ellos. »Ya le indiqué a usted de pasada que había chicos poetas aquí, que leían en ciertas veladas.
La vista no se fatigaba contemplando horas y horas aquel índice de piedra que señalaba al cielo; no era una de esas torres cuya aguja se quiebra de sutil, más flacas que esbeltas, amaneradas, como señoritas cursis que aprietan demasiado el corsé; era maciza sin perder nada de su espiritual grandeza, y hasta sus segundos corredores, elegante balaustrada, subía como fuerte castillo, lanzándose desde allí en pirámide de ángulo gracioso, inimitable en sus medidas y proporciones.
Al siguiente, hizo el viaje en balde: procuró distraerse mirando y remirando a cuantas pasaban; mas en vano. Acaso no faltasen en el paseo mujeres guapas y elegantes, pero todas se le antojaron cursis o feas. La de bonitos pies, tenía el cuerpo atalegado; la de cintura esbelta, era antipática de rostro; la bien vestida, horrible; la hermosa, iba hecha un adefesio. ¿Sería cosa providencial?
Como todos los caracteres burlones, le hería profundamente el ridículo. Con su cuñada el joven se reía unas veces, otras se mostraba irritado de aquellas extravagancias de su esposa, que calificaba de estúpidas y cursis. Cecilia procuraba calmarle, achacándolo a los pocos años, al carácter tornadizo de Ventura: «Ya verás le decía; dentro de algunos meses no se acordará de semejantes tonterías».
En la conducta de mi madre, al menos, se nota cierta sinceridad; pero Leocadia va a la iglesia porque ha hecho el descubrimiento de que ve gente y la ven y se distrae: habla de iglesias cursis y de iglesias elegantes, como si se tratara de teatros, y critica los trajes de las Vírgenes como si fueran amigas suyas.
Todos los medios de apartarse voluntariamente de la vida le parecían dolorosos, antipáticos y aun cursis. Heridos su orgullo y su dignidad, muertas sus ilusiones, algo la ataba aún a la vida, aunque no fuera más que la curiosidad de goces y satisfacciones que no había probado todavía... No, morir, no. Tiempo había para eso.
Palabra del Dia
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