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Actualizado: 23 de mayo de 2025
Los ricos andan embaucados con las marquesas y con las duquesas, o con mil tunantas de mala ralea, que los explotan. ¿Qué es lo que queda para señoritas pobres como tú? Nada..., el apodo de cursis que suelen prodigaros..., y algún Don Líquido degollante, con más hambre que vergüenza y con más trampas que medios de ganarse la vida. ¿Quién sabe, ama? contestó Inesita . No te apures tanto por mí.
Sea como sea, y a fin de que no digas que me quiebro de sutil, prescindiré de más aclaraciones, y te diré con llaneza que el Barón se prendó de mí y me hizo muy respetuosa y finamente la corte. Yo me lisonjeo de no haber tenido jamás ciertos defectos que se atribuyen, así a los que llaman en Francia parvenus como a los que en España llaman cursis.
Se creía tan por encima de sus primas en esto, que cuando se trataba de prendas de vestir, de la elección de un color, flores o adorno cualquiera, la de Rufete manifestaba a las de Relimpio un desdén compasivo. «Estas pobres cursis decía para sí de despepitan por imitarme, y no pueden conseguirlo». Algo de verdad había en esto. Isidora tenía una maestría singular y no aprendida para arreglarse.
Hablaban con los amigos que ocupaban las bolsas de los palcos principales, y hacían señas ostentosas y nada pulcras a ciertas señoritas cursis que no se casaban nunca y vivían una juventud eterna, siempre alegres, siempre estrepitosas y siempre desdeñando las preocupaciones del recato.
Pero es el caso que los edificios viejos llegarían á hundirse y á aplastar á sus moradores..... me observará alguno que presuma de lógico. ¡Pues reedifiquémoslos á la española, sin economizar tanto el terreno! ¡Viva cada cual en una casa y Dios en la de todos! contesto yo, sin miedo á las excomuniones de esos cursis, que creen que todo lo extranjero es mejor que lo de España.
Del propio modo, si va poco al teatro, va mucho al Liceo; si no pasea en coche, se sienta en las sillas de la Carrera los domingos, y si nunca estuvo en la ópera, oye tocar con frecuencia á las bandas militares las sublimidades cursis de La Traviata.
¿Cómo? pregunté sin comprender. Ya nadie juega al bridge, mi amigo, nadie, nadie... salvo los «rastaquères», los cursis, los «guarangos». Sólo por esnobismo pueden hoy jugarlo «dandies» provincianos y trasnochados. Estaría bien jugar para divertirse... Y se ha demostrado matemáticamente que el noventa y cinco por ciento de los que jugaban al bridge se aburrían.
La temperatura era grata y el paseo estaba muy lucido, como si aquella tarde se hubiesen citado allí las madrileñas más lindas y elegantes, al contrario de otros días, en que parece que se congregan las cursis y feas para amargarnos la vida, atormentarnos los ojos y hacernos dudar del Todopoderoso.
Me volveré de este otro lado... »El tal marqués viudo de Saldeoro está loco por mí; pero no seré tonta, no le daré a conocer que me gusta... ¡Y cómo me gusta!... En fin, suspiremos y esperemos. Conviene tener dignidad. ¿Soy acaso como esas cursis que se enamoran del primero que llega? No, en mi clase no se rinde el corazón sin defenderse. Firmeza, mujer.
¡Oh, no! contestó aquélla, siguiendo con más ardor en su tarea. ¿Tú te has figurado que se puede echar impunemente flores a una chica que no hace tres meses siquiera que ha llegado de Sevilla? ¡Y qué flores, Virgen del Amparo, qué flores tan cursis! ¡Que me he desarrollado! ¡Que soy muy mona!... Anda, tonto; ¿te figuras que sólo en Madrid se desarrolla la gente?
Palabra del Dia
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