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Al pasar ante un espejo se miró un instante y sonrió satisfecho. Tenía la barba sedosa y muy cuidada; los ojos algo tristes, como de quien espera una dicha, desconfiando lograrla porque no cree merecerla... El gozo, la alegría, serán luego, cuando ella entre, porque no ha de faltar. El marido no está en Madrid, el sitio es seguro, la impunidad completa.

Era blanca y sonrosada, sin la rudeza cobriza y dura de las hembras del campo. Tenía en sus facciones una delicadeza de monja aristocrática y bien cuidada, una pálida suavidad, animada por el reflejo luminoso de la dentadura y el tímido brillo de sus ojos bajo el pañuelo semejante a una toca monástica.

concibió desmedido aborrecimiento, no a un individuo solo, sino a todo el género masculino. Ora sea por esto, ora sea por la rara disposición que ella tenía, lo cierto es que Frasquita hacía prodigios en el vasto corral que teníamos en casa poblado de pollos. Aunque poco cuidada, Frasquita tenía la más bien formada mano que puede imaginarse.

Miguel miraba la habitación: un dormitorio de mujer, todavía en desorden, con ropas sobre las butacas, esparciendo un perfume de carne femenil bien cuidada. A través de una puertecita vió un extremo del inmediato gabinete, con una mancha de humedad en el pavimento de mosaico, resto del baño matinal. Flotaba en el ambiente un perfume de agua de Colonia y de licor dentífrico.

Las niñas tenían un salón con muebles ricos apoyados en paredes agrietadas y lámparas ostentosas que nunca se encendían. El padre perturbaba con su rudeza esta habitación cuidada y admirada por las dos hermanas. Las alfombras parecían entristecerse y palidecer bajo las huellas de barro que dejaban las botas del centauro. Sobre una mesa dorada aparecía el rebenque.

Por mi Joaquina se entendía también con el Conde en todo aquello que a V. importaba, único asunto que ya se trataba entre el Marqués y la Condesa. Usted, señora Marquesa, vivió primero en mi casa, cuidada por mi Joaquina.

Es una mujer alta, de hermosa presencia y de agradable fisonomía, con unos admirables ojos, de un encanto muy sugestivo; luce un vestido negro muy sencillo, pero muy elegante; alarga a Cirilo una mano bien cuidada.

Anda a paseo ¡a paseo! exclamó Perico, fiel a su sistema de franqueza y desahogo . ¿No te podrás aguardar una quincena por darme gusto? ¿Qué vas hacer en España? Meterte en León, y vegetar, vegetar. Aquí estás en la luna, en la luna de miel.... Nada, nada; os dejo a mi hermanita, ya que estará bien cuidada, bien cuidada. Abur, que es la hora del tren.

Como se ve, no era doña Inés mujer adocenada, sino persona memorable, o dígase digna de la historia, por lo cual me complazco yo en ponerla en la mía. Doña Inés, y perdone el pío lector si me repito, a pesar de sus ocho vástagos, estaba aún muy guapa; en lo mejor de su edad, bien cuidada, alimentada y vestida.

El Marqués y Galarza llevaron a Peña y don Rudesindo adentro también, mientras Gonzalo daba una vuelta por la huerta. La posesión de Soldevilla se componía de un caserón medio arruinado con pocos y antiquísimos muebles cubiertos de polvo, una huerta bastante grande, más cuidada que la casa, y detrás de la huerta una vasta pomarada ya vieja.