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Chisco, cuando notó que yo me había sentado, se detuvo, volvióse hacia , se sonrió a su manera al verme tan bien acomodado, y, por último, retrocedió lentamente. Cuéntame eso le dije en cuanto se detuvo a lado ; pero con todos sus pelos y señales. Para infundirle buenos ánimos le di un trago de los de mi frasquete, que era la mejor golosina para él, y un cigarro de los mayores de mi petaca.

Por mucho que me digas, mi imaginación de seguro ha ido todavía más allá. Hace ya tiempo que vivo resignado. que no puedo esperar otra cosa que ser tu amigo; pero, al menos, eso quiero serlo de verdad, quiero que no tengas otro mejor en el mundo... Cuéntame tus pesares, hija mía, que aunque yo no pueda hacer nada por aliviarlos, el pecho se desahoga y no roen tanto allá dentro.

Cuéntame qué ha sido, ¿quién ha sido? ¿Y tu niño, nuestro niño, dónde está? ¿Te lo quitaron?... Llame usted al médico indicó Plácido con ira . ¿Dónde vive? Yo le avisaré... Y no se cuide del niño, que está mejor que quiere, y nada le falta. ¿Pero dónde está?... D. Plácido, D. Plácido exclamó Segunda, descompuesta y furiosa ; me parece que va usted a ir al palo... Voy a dar parte a la justicia.

No quiero añadió que Su Alteza el Gran Duque se amosque. Aquello fué una broma, y de haberte prendido, al punto hubieras sido puesto en libertad. Pero di, picarón..., ¿conque eras galán de D.ª Inés? Cuéntame todo: ¿dónde la conociste? ¡Ah, bien comprendía Requejo que guardaba un tesoro en su casa! Yo lo sabía todo..., ¿y ?; sospecho que también, perillán.

Siéntate conmigo, y cuéntame lo que has hecho hoy». A media tarde, comían las dos, sentaditas a la mesa de la cocina.

No pasó de aquí la conversación referente al imaginario sacerdote, a quien Doña Paca conocía ya como si le hubiera visto y tratado, forjándose en su mente un tipo real con los elementos descriptivos y pintorescos que Benina un día y otro le daba. Pero lo demás que picotearon se queda en el tintero para dar lugar a cosas de mayor importancia. «Cuéntame, mujer. Y Obdulia ¿qué dice?

La señora Angustias le quería con ese cariño de los humildes que, al encontrarse en un ambiente superior, se juntan en grupo aparte. Siéntate a mi lao, Sebastián. ¿De verdá que no quieres na?... Cuéntame cómo marcha el establesimiento. ¿Teresa y los niños, güenos?

Cuando le adivinaba interesado por un volumen, exigía inmediata participación: «Cuéntame el argumento». Y el «secretario» no sólo hacía la síntesis de comedias y novelas, sino que le comunicaba el «argumento» de Schopenhauer ó el «argumento» de Nietzsche... Luego, doña Luisa casi vertía lágrimas al oir que las visitas se ocupaban de su hijo con la benevolencia que inspira la riqueza: «Un poco diablo el mozo, pero ¡qué bien preparado!...»

El tono sombrío con que Juan pronunció estas palabras, pareció a Jaime tan expresivo que estuvo a punto de exclamar: ¡Ea, cuéntame tu secreto, Juan! ¿Acaso no soy tu hermano, por nuestra larga intimidad? ¡Tómame por confidente, pobre diablo, y sufrirás menos! Pero guardó silencio, conociendo la naturaleza altiva de su amigo, y los obstáculos serios que lo separan de su hermana.

Hombre, a ver si echas de una vez ese pelo. Tienes la cabeza como la de un ratón acabado de nacer... Te digo que te sientes y que te pongas la gorra. Aquí no se gastan cumplidos. Conque cuéntame: ¿trabajas o no?».