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Cuéntame quantas cosas ver querrías, Que yo te las daré lindas en todo: En lenguaje, en acción, en bizarría. Al Medo, al Persa, al Macedón, al Godo, Allí los hallarás como en la historia; Pero con más valor y mejor modo.

Llegados al estudio, se sentó, sin haber examinado los lienzos puestos en el caballete, como tenía por costumbre, y dijo, mirando á su hijo adoptivo: Cuéntame con detalles tu accidente y tus aventuras con la señorita Guichard.

Viéndose cogida, Benina vacilé un instante; mas no era mujer que se arredraba ante ningún peligro, y su maestría para el embuste le sugirió pronto el hábil quite: «Pues, señora, dejé la cesta, con lo que traje, en casa de la señorita Obdulia, que lo necesita más que nosotras. Has hecho bien. Te alabo la idea, Nina. Cuéntame más. ¿Y un buen solomillo, no pusiste? ¡Anda, anda!

Siéntate, querida mía y cuéntame tus infortunios, que estoy pronto a vengar como galante caballero. ¿Mi hermana te ha hecho rabiar? ¿Mi madre te ha puesto mala cara o mi tío demasiado buena? La señora de Candore ha despedido a la institutriz de su hija, Raúl; acaso acogerá a la mujer de su hijo. ¡Oh!

Pero cuéntame, Pepe ¿qué te pasa? ¡Judith!... gimió el millonario. Ya sabes quién digo... Y vacilaba antes de seguir hablando, como avergonzado de revelar su tristeza. , Judith dijo Aresti animándolo para que hablase. Aquella francesa, ó judía, ó lo que sea, de la que me hablaste con entusiasmo... la madre de aquel niño tan hermoso... el hijo del amor.

Tres días de cama, con dolores en el costado, y fiebre, y médico yendo y viniendo. ¡Dios mío! ¿Sigue enferma la tía? preguntó con sobresalto la joven. Ya está levantada, pero... casi no cuenta el cuento. Juraría, Nanita, que allí hay algo. ¡Algo! a ver, Agapo, cuéntame.

Y con el puño cerrado golpeé sobre la mesa, lo que me dolió bastante. Veamos, veamos, mi buena hijita díjome conmovido el cura, cálmate y cuéntame lo que le hiciste. Nada. En cuanto os fuisteis, me apellidó desfachatada y se lanzó sobre mi como una furia. ¡Ah, qué odiosa! Vamos, Reina, vamos, bien sabes que hay que perdonar las ofensas.

Cuéntame la vida que haces, porque se dice por ahí que en esta casa hay una zalagarda continua, y a Rita le parece que estás triste. Bajó la niña hacia el bordado sus apacibles ojos oscuros, y un poco turbada murmuró: ¿Yo triste? ¿Lo estás en efecto? ¿Tienes algún deseo, algún disgusto? ¿Es cierto que aquí no hay paz ni alegría?...

Yo te trataré de usted... Cuéntame... o cuénteme usted lo que ha hecho hoy en la escuela ese pícaro de... ¿cómo se llama?... Luis Matheu... Ese que se pelea con todos y está todos los días en penitencia... Ese que en cuanto se pierde un coscorrón, dices que lo encuentra siempre en su cabeza...