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Actualizado: 5 de mayo de 2025
Si esas piedras pudiesen decir lo que han visto; si esta tierra pudiese hablar, ¡cuántos crímenes, cuántas agonías, cuantas lágrimas, cuántos gemidos, cuántos arcanos y cuántos y cuán graves remordimientos vendrian á caer sobre la conciencia de Paris!
Desde hace cerca de un mes que estoy en Madrid, ¡cuántas cosas tristes he visto! ¡Ni una oración, ni un acto de piedad! Comprendo que padre no vaya a misa, aunque bien pudiera sustituirla con algunos actos de recogimiento y penitencia; pero, ¿y Vd.? ¿y Leocadia? ¿y Pepe? ¡Vivís como herejes!
Verónica había sido mejorada en tercio y quinto, y esta mejora estaba asegurada, entre el cuerpo de bienes, con cuantas ligaduras eran de apetecer, según la sabia y cariñosa previsión de su abuelo.
Pocos días antes, trajo del campo un rústico una ternerita que se había perniquebrado; iba a llevarla al matadero y venía a decir a mi padre qué quería de ella para su mesa: mi padre pidió unas cuantas libras de carne, la cabeza y las patas; yo me conmoví al ver la ternerita y estuve a punto, aunque la vergüenza lo impidió, de comprársela al hombre, a ver si yo la curaba y conservaba viva.
Unas veces fijaba la vista en la fisonomía varonil y correcta del comandante, cuya barba recortada comenzaba a blanquear por algunos sitios; otras la entornaba hacia la calle, por donde cruzaban sin cesar transeúntes que cambiaban con nosotros rápidas miradas. Cerca de nosotros, en la otra vidriera, había unos jóvenes que hacían muecas expresivas a cuantas mujeres bonitas o feas pasaban.
Yo conté lo mejor que pude mi viaje con don Ciriaco. Después vinieron unas cuantas amigas de Dolorcitas. Yo estuve hablando con doña Hortensia, que se mostró muy amable conmigo. A media tarde don Ciriaco me llamó. Vamos, Shanti me dijo. El ama de la casa me advirtió que todos los domingos y días de fiesta estaba invitado a comer allá. Si no iba, preguntarían por mí y me llevarían a la fuerza.
D. Narciso dejó escapar una risita maligna y dijo con acento irónico: ¡Mire usted cuántas cosas sabe de teología moral la señorita! Habrá que declararla doctora de la Iglesia, como a Santa Teresa. ¡Caramba, tampoco está mal eso! ¡jo! ¡jo! ¡Conque doctora de la Iglesia! ¡jo! ¡jo!... ¡Pero qué perverso es este D. Narciso! ¡Jo! ¡jo! ¡jo!... ¡Es mucho D. Narciso!
Cuantas seguridades se habían dado a la servidumbre de que Barragán era una buena persona y no un malhechor fueron insuficientes a disipar sus recelos. En el fondo las criadas estaban convencidas de que un día u otro aquel sujeto jugaría una mala partida a sus señoritos. Pásele inmediatamente y no vuelva usted a hacer eso.
Los coches de plaza, regidos desde el último mes de agosto por una nueva tarifa, ofrecen tambien en su bien entendido servicio cuantas comodidades pueden apetecerse: su número es grande, sus estaciones se reparten por toda la capital; así es que el viajero encuentra tan luego como lo desea un carruaje á su servicio.
¿Qué hacía él en aquel tiempo? ¿En qué pensaba? ¿Cuáles eran sus esperanzas? Su existencia no tenía objeto; era una existencia vacía, gris. Treinta y cuatro años, ninguna arruga en la frente; ¡pero cuántas arrugas en el alma!
Palabra del Dia
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