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Actualizado: 5 de junio de 2025


La algazara en los plácemes y vivas fué grande, los instrumentos redoblaron sus ecos y las bendiciones llovían sobre doncella tan hermosa, tan coronada y cumplida con cuantas dotes halagan los sentidos y cautivan el alma.

Unos se fueron por una parte y otros por otra, y yo me vine a mi casa desde la plaza martirizando cuantas narices topaba en el camino. Entré en ella, conté a mis padres el suceso, y corriéronse tanto de verme de la manera que venía que me quisieron maltratar. Yo echaba la culpa a las dos leguas de rocín exprimido que me dieron.

Todas mis amigas me repiten que desearían estar en mi lugar; entonces ¿por qué no estoy satisfecha? ¿No tengo una suerte envidiable? ¡Ah! ¿para qué me habrán dado una educación destinada a hacer mirar las cosas con gravedad? ¡Cuántas jóvenes no dan importancia a estas exhortaciones y arrojan en seguida en el camino esta pesada carga!

-Ya lo oímos, señor -respondió Dorotea. Y, con esto, se fue Cardenio; y Dorotea, poniendo toda la atención posible, entendió que lo que se cantaba era esto: -Marinero soy de amor, y en su piélago profundo navego sin esperanza de llegar a puerto alguno. Siguiendo voy a una estrella que desde lejos descubro, más bella y resplandeciente que cuantas vio Palinuro.

Se apearon, y rodeando la quinta del Marqués, entraron en el bosque de robles donde meses antes don Víctor había buscado a su mujer ayudado del Magistral. «¡Cuántas cosas se explicaba ahora que no había comprendido entonces!». No importaba; la verdad era que del furor que en su corazón había hecho estragos después de la visita nocturna de don Fermín, ya no quedaban más que restos apagados: ya no aborrecía a don Álvaro, ya no se figuraba imposible la vida mientras no muriese aquel hombre: la filosofía y la religión triunfaban en el ánimo de don Víctor.

Descendimos de la torre de la Vela para entrar al santuario del arte voluptuoso de los orientales, haciendo el mas raro contraste con el palacio de Cárlos V. ¡Qué de páginas de civilizaciones distintas, trazadas con piedra sobre una misma colina! Asi, en solo un espacio reducido, cuántas razas y civilizaciones distintas tienen su representacion!

Dejémoslo aquí, si les parece; y pues que no me sobra el tiempo tampoco, tenga el señor don Santiago la bondad de decirme en qué quedamos de nuestro negocio. Pues en lo dicho, señora marquesa, si usted no dispone otras bases más a su gusto. Yo acepto cuantas usted estime por buenas y equitativas.

¡A otro perro con ese hueso! -respondió el ventero-. ¡Como si yo no supiese cuántas son cinco y adónde me aprieta el zapato!

Dan testimonio de todo esto las crónicas y memorias de la época. Pero ¿para qué ir tan lejos? No hemos sido testigos del poder mágico de la Marsellesa en nuestros días? ¡Cuántas victorias, cuántos valientes de menos contaría el pueblo francés, sin ese canto bélico que ha dado la vuelta al mundo!

Y, mientras yo la miraba, torturada por el pensamiento de estar condenada al papel de espectadora impotente, mi corazón dejó escapar una vez más, con un suspiro, ese lamento de otras veces: «¡Que no esté yo en su lugar!» ¡Pero cuántas cosas nuevas encerraba hoy!

Palabra del Dia

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