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Actualizado: 1 de junio de 2025


Jerónimo, en pie detrás de Catalina, con las manos cruzadas sobre un garrote, casi tocaba el carcomido techo con su gorro de piel de nutria. Todos estaban tristes y desanimados. Hexe-Baizel, que levantaba de vez en cuando la tapadera de una olla, y el doctor Lorquin, que rascaba la cal de la pared con la punta de su sable, eran los únicos que conservaban su aspecto habitual.

No porque esta tolerancia estuviese en contradiccion manifiesta con el motivo religioso que declaraba santa la guerra contra los infieles, y hacia aplicables á ella las gracias espirituales concedidas por la Iglesia á las cruzadas en Oriente, hemos de concluir que no la disfrutaron los mudéjares cordobeses, pues los de Toledo, Valencia y otras ciudades, la disfrutaron.

Te lo vengo diciendo, y ... Si eres un chiquillo... Abatidísimo, el desdichado señor no decía una palabra. Todo el día estuvo en el sillón, con las manos cruzadas, volteando los pulgares uno sobre otro. Su mujer y su hijo le confortaban con palabras cariñosas, más él no se daba a partido, y su dolor cómo que se exacerbaba con los paliativos verbales.

Si tienes en ello alguna idea, en las relaciones de Harvey quedan algunas encantadoras misses, muy rubias, de talle largo y piernas cortas y la barbilla un poco maciza, que tienen dotes apetecibles. Hay que cruzar las razas, Tragomer. , esas son las nuevas cruzadas. No estoy de esa opinión por el momento.

Se cree que esa navegación de Levante desarrollada por las cruzadas es la que impuso la Cruz en el Este.

Esta buena cualidad, que no fue sólo tolerancia, sino curiosidad simpática y afición respetuosa al saber de los vencidos, valió de tal suerte que, durante algunos siglos, acaso hasta después de las últimas cruzadas, pudo creerse que el mundo musulmán era más culto que el mundo católico, y los espíritus superficiales pudieron esperar ó temer que el islamismo en Asia, en el norte de Africa y en España, arrebatase al cristianismo europeo la bandera del progreso y la antorcha de la cultura.

En cuanto la monja salió, alzóse vivamente. Y sacando unas tijeras, cortó un mechón de cabellos de la cabeza de su cuñado, que ocultó en el seno. Cortó después de los suyos otro, y temblorosa y agitada, lo metió entre las manos cruzadas del cadáver. Luego le contempló un instante. Y bajando la cabeza, cubrió de besos aquel rostro inanimado. Los primeros y los últimos que le daba.

Mario se le puso delante con las manos cruzadas en actitud suplicante. Por lo que más quiera usted en este mundo, amigo García, le ruego que vayamos ahora mismo. ¡Pero si no hay tren, Sr. Costa! No importa, iremos en coche. Vaciló el delegado algunos instantes, puso varios reparos, pero al fin, vencido de las súplicas del desgraciado padre, se decidió a ir.

La ordenada turba de monagos, clérigos, cofrades, archicofrades y penitentes seguía desfilando. La gorda y su hermano se hacían lenguas cada vez que pasaba un estandarte, una cruz. El codo de Lázaro tocaba el codo de la devota, y ésta tenía cruzadas las manos, y la cabeza inclinada á un lado, porque sin duda le halagaba el suave roce de las adelfas.

Había visto de repente un camino desconocido, un sendero tortuoso que allí llegaba dando rodeos, y ya no oyó más, ya no se ocupó de otra cosa. Cinco minutos largos permaneció callada, inmóvil, tirando al parecer sus planes. Lilí, con las manitas cruzadas sobre las rodillas y la cabeza baja, la miraba de cuando en cuando a través de sus largas pestañas, extrañada de aquel singular silencio.

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