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Actualizado: 7 de mayo de 2025


La joven me miraba ardientemente y sus labios se estremecieron; pero no dijo nada. ¿No me cree usted? añadí con insistencia. Elena hizo con la cabeza un gesto indeciso y triste. ¿Será posible exclamé, que alguien haya cometido la imprudente crueldad de hablar a usted mal de su padre? ¿Qué se han atrevido a decir a usted? Nada... pero me han enseñado a temerlo.

Siendo informado el P. Visitador del estraño encuentro de los de la Reducción de San Joseph, ordenó que cien indios del mismo pueblo, pertrechados de armas, volviesen, no para castigar la crueldad de aquellos malvados, sino para traer los huesos de los muertos para darles honrosa sepultura y que con buenos modos, aunque siempre con las armas en la mano, les certificasen sinceramente del fin porque iban á su pueblo y del amor que, aun después de cometida aquella bárbara atrocidad, les tenían.

Si no querías hablar, ¿para qué viniste entonces? Dios sabe cómo ese pensamiento de doble filo vino a mi espíritu de joven aturdida. Sentí confusamente que al pronunciar esas palabras cometía un acto de crueldad, pero... ya era tarde. Vi palidecer su rostro, sentí que su respiración ardiente se exhalaba en un suspiro. Soy un hombre de honor, Olga murmuró entre dientes; ¿para qué atormentarme?

Reprendióle agriamente por su excesiva crueldad, y este le representaba que si no extinguia á todos los que no fuesen puramente indios, era consecuente quedarian dominados por cualquier clase que animase parte de sangre española.

Pero de todos modos, nunca hubo en su corazón crueldad bastante para poder ni aun despojar á una mariposa del polvo brillante de sus alas. No conozco á otro hombre en cuya innata bondad tanto pudiera yo confiar.

Algo se supo en el círculo de la nobleza de las «veleidades místicas» de Anita, y las que la habían llamado Jorge Sandio no se mordieron la lengua y criticaron con mayor crueldad el nuevo antojo. Se confesaba que era virtuosa, en cuanto no se le conocía ningún trapicheo; pero esto era poco para creerse con vocación de santa. «¿Por ventura las demás eran unas tales?».

Elena se mostró indignadísima ante aquella superchería y para castigarla le dio unos cuantos pellizcos y le tiró del bigote con refinada crueldad. Pero entonces, ¿por qué comenzaba a apoyar la cabeza en su pecho? ¿Por qué no se mantenía derecha? Porque hablo mejor así, antipático. ¿No comprendes que tengo la boca más cerca de tu oído? Sin embargo cada vez hablaba menos.

Hay un fondo de crueldad en el hombre, y sobre todo en el niño, que goza obscuramente cuando la barbarie humana sale a la superficie. Casi siempre, al hablar de las piraterías y de las brutalidades de los barcos negreros, Yurrumendi solía recordar una canción en vascuence.

El señor de Pez, con una crueldad sin ejemplo, dijo a su amigo que no pensara en que tal derrumbamiento se podía componer, pues la Reina estaba perdida y no tenía más remedio que meterse en Francia... ¡Bien había dicho él, bien había anunciado, bien había pronosticado y vaticinado lo que estaba pasando!

A medida que la hora fatal se aproximaba, sentíase más agitada, pero hablaba menos; su andar maquinal de un salón a otro, se aceleraba; su semblante se encendía, y sus labios no hacían sino articular por intervalos algunas exclamaciones de niña: ¡Oh mamá!... ¡mi pobre mamá!... ¡qué crueldad!... ¡qué injusticia!... ¡qué injusticia!... ¡Dios mío!

Palabra del Dia

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