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Actualizado: 1 de junio de 2025
Digna de especial atención es esta escena, á causa de su efecto dramático, esto es, del doble error de García y de Don Mendo, puesto que el uno, deseando matar á su ofensor, deja caer las armas de improviso, creyendo que es el Rey, y porque su deber de súbdito le obliga á no ofender nunca á su Soberano; y el otro no conoce que es tenido por el Rey, atribuyendo la sumisión repentina de García sólo al respeto, que exige un hombre de su rango.
No contento con esto, quería divertirse a costa de él, y recordando un pasaje de la vida de Estupiñá que le habían contado, decíale: «A ver, Plácido, cuéntanos aquel lance tuyo cuando te arrodillaste delante del sereno, creyendo que era el Viático...». Al oír esto, el bondadoso y parlanchín anciano se desconcertaba.
Creyendo adivinar Ricardo lo que pensaba el pequeño, así que hubo pasado la alambrada de la estancia se dirigió hacia el rancho de Manos Duras, que muchas veces había visto de lejos. Lleva mal rumbo, patroncito dijo Cachafaz. Y señalando lo más alto de la cortadura que daba sobre el río por la parte de la Pampa, añadió: Vamos para allá, al rancho de la India Muerta.
Ella no volvería al hotel hasta muy tarde... Y precisamente se retiró á su habitación más temprano que de costumbre, creyendo, con un ilogismo supersticioso, que de este modo llegaría antes Freya. Su primer movimiento al verse en su cuarto fué de orgullo.
Estaban las cosas en este crítico estado, cuando llegó la noticia de la muerte de Tomas Catari; y creyendo el corregidor de Pária, D. Manuel Bodega, que quitado este sedicioso perturbador de la quietud pública, le seria fácil sugetar la provincia, cobrar los reales tributos y su reparto, determinó ir á ella con armas y gente.
Temía que su mujer descubriese con ojo perspicaz el matute que él encerraba en su cintura. La maldita parecía que olía la plata. Por eso estaba tan azorado y no se daba por seguro en ninguna posición, creyendo que al través de la ropa se le iba a ver la moneda. Durante la cena estuvieron todos muy alegres; tiempo hacía que no habían cenado tan bien.
Ya en esto llegaron todos los de la compañía de don Quijote adonde él estaba; y más los de la procesión, que los vieron venir corriendo, y con ellos los cuadrilleros con sus ballestas, temieron algún mal suceso, y hiciéronse todos un remolino alrededor de la imagen; y, alzados los capirotes, empuñando las diciplinas, y los clérigos los ciriales, esperaban el asalto con determinación de defenderse, y aun ofender, si pudiesen, a sus acometedores; pero la fortuna lo hizo mejor que se pensaba, porque Sancho no hizo otra cosa que arrojarse sobre el cuerpo de su señor, haciendo sobre él el más doloroso y risueño llanto del mundo, creyendo que estaba muerto.
Y la muchacha repetía la palabra con cierta cólera, como si evocase un mundo desconocido lleno de tentaciones. Isidro debía tener allá mujeres muy hermosas; seguramente que era amigo de las actrices, como todos los que escriben en los papeles. ¡Las noches que había pasado gimiendo de desesperación, creyendo perdidas sus ilusiones!...
El visorrey, creyendo sería alguna nueva aventura fabricada por don Antonio Moreno, o por otro algún caballero de la ciudad, salió luego a la playa con don Antonio y con otros muchos caballeros que le acompañaban, a tiempo cuando don Quijote volvía las riendas a Rocinante para tomar del campo lo necesario.
Luego pasó al Paraguay y fundó varios pueblos que siguen casi lo mismo que cuando él puso la primera piedra. Un Ebro fue capitán de una de las «naos» de Gaboto. Otro acompañó a Alonso de Vera y Aragón en las exploraciones del río Bermejo, y se internó en el Chaco, creyendo que eran de oro los quebrachos.
Palabra del Dia
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