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Actualizado: 1 de mayo de 2025


Llevaban algo más: la fe que acompaña a toda muchedumbre en los primeros momentos de rebeldía, la credulidad, que la hace entusiasmarse con las más absurdas noticias, exagerándolas cada cual por su cuenta para engañarse a mismo, creyendo que fuerza a la realidad con el peso de sus disparatadas invenciones.

Ella balbuceó sin fuerzas: ¡Dios mío, Dios mío! La hora que acababa de transcurrir había sido tan angustiosa para sus almas turbadas que, inconscientes, permanecieron así en brazos uno del otro, creyendo vivir en un sueño. La joven fue la primera en reponerse; se apartó de Juan, y señalando la ventana: Es necesario abrir dijo no vemos a mi padre. Juan obedeció.

El Corregidor, creyendo que algunos hurtos de los gitanos quería descubrirle, por tenerle propicio en el pleito del preso, al momento se retiró con ella y con su mujer en su recámara, adonde la gitana, hincándose de rodillas ante los dos, les dijo: Si las buenas nuevas que os quiero dar, señores, no merecieren alcanzar en albricias el perdón de un gran pecado mío, aquí estoy para recebir el castigo que quisiéredes darme; pero antes que le confiese quiero que me digáis, señores, primero, si conocéis estas joyas.

Sus ojos extraviados miraron hacia la puerta; y había tal seguridad en sus palabras, que Maltrana se volvió, creyendo por un momento en la certeza de la alucinación. Con grandes esfuerzos pudo llevarla hasta el pobre lecho y la tendió en él, creyendo terminada la crisis.

El Magistral la había querido engañar, la había hecho suya; ella se había entregado creyendo pasar en seguida a la plaza que más envidiaba en Vetusta, la de Teresina. Petra sabía lo bien que colocaba doña Paula a todas las que eran por algún tiempo doncellas en su casa.

Cuando vieron esta nueva tartana, forzaron las velas y se echaron sobre ella, creyendo perseguir aún al gitano.

D.ª Rosario, creyendo á su hijo muerto, se dió á gritar como una loca. Convencidos, sin embargo, prontamente D. Baltasar y los criados de que no era más que un simple desmayo, lograron calmarla. En efecto, Octavio no experimentaba más que un adormecimiento del cerebro producido por la conmoción.

En la apariencia, la amistad entre ellos seguía inalterable. La poca gente imparcial que había en Sarrió iba creyendo que no había misterio alguno en su traslación y que todo era imaginaciones ridículas de los del Camarote, a quienes cegaba el deseo de vencer a sus contrarios. Sin embargo, pasaban los días, había entrado ya septiembre, y ni el hijo ni el hermano del magnate acababan de llegar.

Marcháronse los chicos que estaban jugando a la toña, y la esquina de la calle de la Pasión quedó desierta unos instantes: Paz no miraba ya más que a la puerta, creyendo que era tarde para que viniera. Pensaba que, si le veía, sería al salir. De pronto tuvo que apoyarse en uno de los maderos que sostenían el tenderete junto al cual estaban.

Gabriel sonreía oyendo al cadete. Son ustedes unos engañados, lo mismo que esos pobres muchachos que entran en el Seminario creyendo que les espera la mitra o una gran prebenda al otro lado de la puerta. Es la seducción que aún ejercen después de muertas las grandes cosas que fueron. Vamos a ver... aparte del resultado material de la carrera, ¿por qué son ustedes militares...?

Palabra del Dia

bagani

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