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Sienten ante el uniforme el entusiasmo humilde y servil de las hembras de animalidad inferior ante las crestas, melenas y plumajes de sus machos peleadores. ¡Ojo, maestro!... Hay que seguir el nuevo curso del tiempo ó resignarse á perecer obscuramente: el tango ha muerto. Y Desnoyers pensó que, efectivamente, eran dos seres que estaban al margen de la vida.

Satisfecho de su rudeza, sintió la necesidad de hermosearse para acudir á la entrevista. Pensaba en los machos del reino animal, cuyos dientes, garras y espolones van acompañados de crestas, melenas y plumajes que inspiran á las hembras una admiración mística, convirtiéndolas en sus esclavas. Lo mismo ocurría entre los humanos.

Descúbrese toda la campiña al frente, haciendo fondo á la ciudad las sierras de Cabra y de Granada con sus azulados festones de crestas, y sobresaliendo al sudeste el pico de Alcaudete: por detrás de la ciudad se desliza culebreando el magestuoso Guadalquivir. En su famosa carta al obispo de Pamplona Wiliesindo.

331 Era la casa del baile un rancho de mala muerte, y se enllenó de tal suerte que andábamos a empujones: nunca faltan encontrones cuando un pobre se divierte. 332 Yo tenía unas medias botas con tamaños verdugones; me pusieron los talones con crestas como gallos: ¡si viera mis afliciones pensando yo que eran callos!

La luz ya podía espaciarse libremente sobre su llanura húmeda corriendo leguas y leguas en un segundo, lanzando sus llamaradas a los últimos confines del horizonte o recogiéndolas de pronto en haz resplandeciente; ya podía jugar sobre las crestas espumosas de sus olas o besar tímidamente el espejo diáfano de las aguas o salpicarlo con menudo polvo de plata o dejarse caer desmayada con lánguido y voluptuoso estremecimiento que se perdía entre los pliegues de las olas.

Voy a conducir a ustedes ahora a una linda y pequeña ciudad de Argelia, a doscientas o trescientas leguas del molino, para que pasen allí el día... Esto nos hará cambiar un poco de tantos tamboriles y cigarras... ...Amenaza lluvia; el cielo está gris, la bruma envuelve las crestas del monte Zaccar.

Entre aquellas crestas descollaba una de pasmosa elevación y arrogancia, que la gente del país llamaba Peña Mayor. Era un enorme peñasco á quien todos los demás que en torno suyo se agrupaban servían de pedestal. Terminaba en punta, como la aguja de una inmensa y fantástica catedral; pero los que hasta allá habían trepado alguna vez afirmaban que sobre esta punta había un campo bastante espacioso.

Esas luces parecen adquirir intensidad con el movimiento de las aguas: suben, bajan y se mezclan unas con otras, confusamente, formando movibles líneas de oro y plata, que se prolongan hasta las crestas de espuma, que también se hacen luminosas.

Largo rato permanecieron junto al pretil contemplando la agitación tumultuosa de las aguas. Poco á poco sus ojos se fueron acostumbrando á la oscuridad. La inmensa superficie del Océano se desplegó ante ellos erizada de crestas amenazadoras. Soledad concluyó por sentirse aterrada, como si estuviera en medio de ellas sin pisar tierra firme.

Otras cimas más humildes, enseñan en las inmediaciones sus largas crestas como dientes de sierra gigantesca en rápidos declives: son asientos esquistosos que el cono central de granito ha formado al levantarse. Más lejos aparecen alturas calcáreas, cortadas verticalmente y se continúan por vastas mesetas ligeramente redondeadas.