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Actualizado: 11 de julio de 2025


Allí, la cruz que se alza entre la revuelta maleza que crece en el misterioso mundo de los muertos, recuerda la memoria de pasadas generaciones; las sombrías rejas del presidio, señalan en sus dobles hierros, la satisfacción que da á la tranquilidad individual, la pública vindicta; la campana que á la oración de la tarde, pesadamente dobla sus bronceados ecos, indica en la religión, el más allá que enseña el santo suelo sobre el que se eleva el pardusco torreón, á cuyos cimientos se aquilata la pequeñez de la vida, en la amarga verdad de una tumba que carcome el tiempo, y una cruz que pudren las aguas, únicos y miserables girones de los recuerdos, que cual el sér que cubrieron, bien pronto pasarán al polvo y al olvido.

La acción de sus piezas dramáticas se parece á una avalancha, que crece siempre en extensión, y se precipita con celeridad siempre mayor por las vertientes de las montañas, hasta que alcanza retumbando lo más profundo; su desarrollo se hace siempre adelantando con paso seguro, y cada vez más rápido, no deteniéndose hasta que llega á su término final, y arrastrando con su poderosa fuerza cuantos obstáculos se oponen á su precipitada marcha.

El agricultor está de continuo con el alma en un tris: un ventarrón, una helada, el más pequeño accidente les deja sin nada y produce el hambre en su familia; mientras que, al contrario, la cosecha viviente que crece en el fondo de esos ríos sustenta invariablemente el sinnúmero de familias que los surcan con sus barcas, las cuales, seguras de obtener su provisión cotidiana de pescado, saben al mismo tiempo ser aquél un manantial inagotable.

Al ver á Raquel, el célebre actor tuvo una ruda explosión de sinceridad. Imposible, señorita dijo, ¿por qué vamos á perder el tiempo? Usted no sirve para el teatro; está usted demasiado gorda... usted ya no crece... Hija y madre se miraban consternadas. ¿Qué hacer?... Al fin, la madre, reconociéndose autora única de aquel descalabro, confesó su superchería.

La variada primavera ofrece De sus varias colores la abundancia, Con que á la vista el gusto alegre crece. La prodigalidad, la exorbitancia Campean juntas por el verde prado Con galas que descubren su ignorancia. Una doncella desde la planta Del pie hasta la cabeza asi adornada, Que el verla admira, y el oirla encanta.

¿Qué hay adentro? ¿Qué vida misteriosa y activa se desenvuelve tras esa cortina de cedros seculares, de caracolíes, de palmeras enhiestas y perezosas, inclinándose para dar lugar a que las guaduas gigantescas levanten sus flexibles tallos, entretejidos por delgados bejuquillos cubiertos de flores? ¡Qué velo nupcial para los amores secretos de la selva! ¡Sobre el oscuro tejido se yergue de pronto la gallarda melena del cocotero, con sus frutos apiñados en la cumbre, buscando al padre sol para dorarse: el mango presenta su follaje redondo y amplio, dando sombra al mamey, que crece a su lado; por todas partes cactus multiformes; la atrevida liana que se aferra al coloso jugueteando, las mil fibrillas audaces que unen en un lazo de amor a los hijos todos del bosque, el ámbar amarillo, la pequeña palma que da la tagua, ese maravilloso marfil vegetal, tan blanco, unido y grave, como la enorme defensa del rey de las selvas indias!

Un valiente está encargado de un puesto peligroso: el riesgo crece por momentos; á su alrededor van cayendo sus camaradas: los enemigos se aproximan cada vez mas; apénas hay esperanza de sostenerse, y la órden para retirarse no llega. El desaliento entra por un instante en el corazon del valiente; ¿á qué morir sin ningun fruto?

Sea, se lo prometo... me comprometo a hacerlo... viviré sola... viviré como pueda... a más, mi hijo crece... me ocuparé de él... él será mi amigo... , así será... se lo juro, y cumpliré mi palabra... Pero, por favor, por favor, amigo mío, no lleve a efecto ese duelo... No hay razón, no hay motivo para ello; es una monstruosidad, se lo aseguro. ¡Mire, se lo pido de rodillas!

Por último, de diciembre á marzo, el Sol seguirá marcha inversa, acercándose de nuevo al ecuador, é irá ocupando á la hora de las doce alturas cada vez más elevadas; el día crece entonces á medida que mengua la noche, hasta que el equinoccio de fines de marzo restablece la igualdad.

Su estilo, su lenguaje, sin necesidad del testimonio de las hermanas, a los ojos desapasionados de la crítica más fría, es un milagro perpetuo y ascendente. Es un milagro que crece y llega a su colmo en su último libro; en la más perfecta de sus obras: en El Castillo interior o las Moradas.

Palabra del Dia

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