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En un principio limitose a arreglar el cuello, disimulando lo mejor que pudo su disgusto; pero la bilis se le fue exacerbando poco a poco, perdió al cabo la paciencia, y cuándo creía que no le observaban, comenzó a dar vivos y fuertes tirones a las solapas.

¿Qué imaginación mortal podría concebirlo? dijo la anciana en voz baja, confidencialmente, á Ester. ¡Ese hombre religioso, ese santo en la tierra como el pueblo lo creía, y como realmente lo parece! ¿Quién que le vió ahora en la procesión podría pensar que no hace mucho que salió de su estudio, apostaría que murmurando algunas frases de la Biblia en hebreo, á dar una vuelta por la selva? ¡Ah!

«Si mi madre me viera por dentro, no tendría esos temores con que ahora me mortifica». Doña Paula insistió en pintarle los peligros de la calumnia; sabía que le lastimaba el alma, pero a su juicio era un dolor necesario, porque temía para su hijo la caída de Salomón. La madre de don Fermín creía en la omnipotencia de la mujer. Ella era buen ejemplo.

Las divinidades del mare nostrum inspiraban al médico una devoción amorosa. Sabía que no habían existido, pero creía en ellas como poéticos fantasmas de las fuerzas naturales. El mundo antiguo sólo conocía en hipótesis el inmenso Océano, dándole la forma de un cinturón acuático en torno de la tierra.

A las pocas semanas murió de delirium tremens, por haber abierto un crédito demasiado amplio el dueño del boliche del Gallego; y como este honrado industrial creía firmemente en el santo derecho de cobrar las deudas y poseía además cierto instinto de la decoración oportuna para atraer á los parroquianos, se apropió los cuatro yacarés y la boa, adornando con ellos el techo de su tienda.

Podían poseer una gran flota, porque los buques se adquieren con dinero y este pueblo es inmensamente rico: ¿pero un ejército?... Toledo sólo creía en los ejércitos de las monarquías, haciendo excepción de Francia, porque en ella las glorias de la tradición militar van unidas á la historia de la primera República.

Goethe creía en Dios; pero su inclinación natural le llevaba a buscarle, no en el centro del alma, sino derramando el alma en la naturaleza, donde Dios se le revelaba. Era, pues, más teósofo que místico.

Yo experimentaba que mi cabeza se deprimia por instantes; sentia que una mano de bronce me aplastaba la frente; ya me creia rodando por aquellas extensas y horribles bóvedas; horribles me parecian á , pues miraba en ellas el vacío lóbrego y misterioso de una sepultura.

Empleó todos los recursos del ingenio y el lenguaje tierno y expresivo que le dictaba su honrado corazón a fin de convencerla de que ni ella ni él se hallaban, por fortuna, en el caso de ponerse a llorar sus pecados como dos criminales, pues si no eran más buenos, por lo menos lo eran tanto como el vulgo de los mortales; y en cuanto a tino y seso para gobernarse y gobernar a sus hijos en el matrimonio, no se creía tampoco menos apto que los demás, y que, en último término, pasarían por donde otros pasaron.

Lo que era un dogma familiar, que tenía su fórmula invariable, era esto: que por Emma no pasaban días, que lo del estómago no era nada, y que después de parir, de mala manera, estaba más fresca y lozana que nunca. Nadie creía tal cosa, porque saltaba a la vista que no era así; pero lo aseguraban todos.