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A sus pies estaban Roberto y el anciano médico. Roberto se ocultaba el rostro entre las manos; los sollozos sacudían su cuerpo. El anciano fijó en su mirada penetrante; por un instante creí otra vez que leía hasta el fondo de mi alma y que mi falta se exhibía abiertamente ante él.

He cometido la imprudencia de dejar asomar a los ojos lo que sentí al conocer a Vd... Luego creí ver que Vd. no mostraba enojo, porque quizá el desprecio le parecería demasiado cruel, y así ha llegado esta situación, en que no hay más que un culpable: mi vanidad. Debo reparar mi error a fuerza de franqueza. Este lenguaje dio alas al carácter vivo de Paz.

Elena entra mañana en un convento, de manera que os veréis libre de su guarda, y podréis pasearos todo el día y hacer lo que queráis... ¿Por qué parecéis disgustada? yo creí que os iba a causar gran alegría. Marta comprendía muy bien que debía fingir una gran satisfacción.

Cuando fuí a Córdoba, creí que me la enseñarían; pero aquellas señoras dijéronme que la discreta joven no quería salir del convento, y, por último, me dieron el medallón que usted tiene guardado. Después la sobrina me regaló unos dulces, y su tía un pito para que fuera pitando por las calles, y en mi segunda y tercera visita pasó lo mismo, excepto que no me dieron más pitos.

Pensaba el dominico que acaso Belarmino estaba resentido con él, porque antes le había hablado irónicamente. He querido decir que usted es un sacerdote replicó el zapatero. Pues, peor que peor. Mientras me llamabas dromedario, a , en persona, podía pasar. Creí que aludías a mi tamaño.

»Viví de este modo, cerca de un esposo de pasiones brutales y coléricas, pero cuyo corazón era menos malo de lo que yo creí en un principio. Todos sus defectos provenían de una educación descuidada.

Es curioso... Creí tener muchas cosas que escribir esta noche, y no me ocurre nada... Estoy distraída... Busco las palabras, y mis ideas se confunden... ¿Qué estará haciendo el señor Baltet mientras yo escribo?... 1.º de marzo. La de Ribert ha recibido una carta de mi alma hermana, llena de esperanzas para .

Pues aún hay, sin embargo, otra cosa más triste: el dominio que Tirso ha logrado ejercer sobre ella, no es ascendiente de hijo, sino influjo de cura. En cuanto a Leocadia, parece haberse desarrollado en ella una indiferencia, un egoísmo de que nunca la creí capaz.

Es necesario descubrir la verdad, castigar a los culpables, si los hay, vengar la muerte de esa pobre señora, en el caso de que haya sido asesinada. ¿Querría usted que los asesinos quedaran impunes? Voy a decir a usted lo que yo creí comprender. La pobrecilla no me habló nunca de él.

No, yo no le tengo; me lo dice la conciencia.... Y dice perfectamente. Ni yo tengo derecho para aconsejarte nada trágico. Cuando te casé con ella, porque yo te casé, Víctor, bien te acordarás, creí hacer la felicidad de ambos.... Y no parecía que te habías equivocado. La mía la habías hecho. La de ella... durante más de diez años pareció que también.