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Actualizado: 29 de mayo de 2025
Tu, hombre de preocupaciones, no te paras a considerar lo que son esos seres, continuación de nuestra propia existencia. Tu religión hace a los hijos fruto de Dios, y sin embargo, creéis ser mejores y más perfectos cuando repeléis y maldecís esos regalos del cielo apenas os causan una contrariedad.
40 Pero ahora procuráis matarme, hombre que os he hablado la verdad, la cual he oído de Dios; no hizo esto Abraham. 41 Vosotros hacéis las obras de vuestro padre. 43 ¿Por qué no reconocéis mi lenguaje? Porque no podéis oír mi palabra. 45 Y porque yo digo Verdad, no me creéis. 46 ¿Quién de vosotros me redarguye de pecado? Si digo verdad, ¿por qué vosotros no me creéis?
Un pintor se ha convertido en un monarca; un pobre soldado insepulto, un pobre cadáver, se ha tornado en héroe. ¿Y creeis que eso ha podido hacerlo la gentilidad? ¡No!
El insigne Protomártir brillaba por sus eminentes virtudes y aterraba á los judíos con su elocuencia divina; ¿qué nombre creeis que tomarán la envidia y la venganza, que les seca los corazones y hace rechinar sus dientes? ¿Creeis que se apellidarán con el nombre que les es propio? No, de ninguna manera.
Pues, señor, ahí va D. Francisco hacia la casa del señor aquél, que, á juzgar por los términos aflictivos de la carta, debía de estar á punto de caer, con toda su elegancia y sus tés, en los tribunales, y de exponer á la burla y á la deshonra un nombre respetable. Por el camino sintió el tacaño que le tiraban de la capa. Volvióse... ¿y quién creéis que era?
Esperad... esperad, que el negocio lo merece repuso el señor Gabriel con gran calma . Recordad; yo pido al tío Manolillo esta tarde mil y quinientos doblones por la vida de un hombre principal, que sé de seguro que es don Rodrigo Calderón; don Rodrigo Calderón tiene unas cartas de la reina que la comprometen, y esta noche va á casa de la señora María á pedir mil y quinientos doblones una dama, que aunque no la conocemos, debe ser principalísima. ¿No creéis que debe meditarse esto, señor Francisco? ¿No creéis que en esto danzan las cartas, la reina y el tío Manolillo, y tal vez la reina en persona...?
La suerte de vuestra hija está en vuestras manos, tened piedad de ella. Decidid: ¿será Laura libre y feliz, o estará condenada a una muerte lenta? ¡Hablad, libradme del miedo que os hace temblar! Marta respondió con una sonrisa penosa. ¿Hacerle creer que consiento en ser su mujer? Eso es hoy lo que se exige de mí. Pues bien, si creéis que esa palabra puede salvar a mi hija, la pronunciaré.
¿La reina en persona...? ¿Creéis que la reina haya podido ir á casa de la señora María de noche y sola? Yo ya no me admiro de nada, señor Francisco, de nada; además que la dama tapada ofreció como seguridad de los mil y quinientos doblones, mejor, de los tres mil doblones, un recibo en forma de puño y mano de la reina, firmado por ella misma.
¡Ah! exclamó la dama y estrechó el brazo del joven. Decidme: detened á ese hombre, y no da un paso más. ¿Y mataríais por mí á quien no conocéis? ¿á un hombre que ningún mal os ha hecho? Sí. ¿Y si no fuera yo quien creéis? ¿Quién otra pudiera ser? La dama de palacio. Es que yo no he visto en palacio ninguna dama. ¿La habéis prometido callar? Os juro que á ninguna dama he visto.
Venid acá, testarudo y niño: ¿creéis que la reina os hubiese dado como prenda la sortija que os dí? Por deshaceros de mis importunidades. Hizo un movimiento de impaciencia la tapada. ¿Pero cabe en quien tenga razón que su majestad salga de palacio, de noche y sola, y se ampare de cualquiera, y charle con él, y tenga, casi casi, una aventura?
Palabra del Dia
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