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Actualizado: 4 de octubre de 2025
Lo diré en mi próxima crónica. ¿No le parece a usted mal que me sirva de sus opiniones? De ningún modo, porque a mí no me sirven para nada. Siguieron paseando, pero al alejarse un poco, un centinela les dió el alto y volvieron a la plaza. Se hallaba ésta solitaria. Dieron varias vueltas y un sereno les saludó y les dijo: ¿Qué hacen ustedes aquí? ¿No se puede pasear? preguntó Zalacaín.
Escribir la crónica de sus hazañas, de sus venganzas, de sus manejos, fuera cuento de nunca acabar. Para que nadie piense que sus proezas eran cosa de risa, importa advertir que algunas de las cruces que encontraba el viajante por los senderos, algún techo carbonizado, algún hombre sepultado en presidio para toda su vida, podían dar razón de tan encarnizado antagonismo.
Bien se declaraban las torpes aficiones en el mirar opaco de sus ojos, hundidos y extraviados, y en la palidez cadavérica de las mejillas, a la cual también contribuía la dolencia crónica que le aquejaba hacía algunos años. Al llegar en el verano anterior a su pueblo natal habíase alojado en casa de su hermano Tomás, quien pensó que se le entraba con él la fortuna por la puerta.
Sin embargo, para el viejo porteño que no ha salido nunca de Buenos Aires, o para el joven provinciano que recién llega de su provincia, el Club es, o era en otro tiempo, algo como una mansión soñada cuya crónica está llena de prestigiosos romances y en el cual no es dado penetrar a todos los mortales. Don Benito conocía la casa desde su fundación y gozaba en ella de una influencia única.
Ahora bien: anhelo que esta crónica se refiera a una modalidad de nuestra vida social, tan original en sus costumbres y rápidas evoluciones.
«Que vuestro corazón se reconforte decía sombríamente Muntaner en su crónica al dar fin á este relato de horrores . Da aquí en adelante, veréis cómo nuestra Compañía obtuvo, con la ayuda de Dios, una venganza tan ruidosa como jamás se ha visto venganza alguna.» No llegaban á cuatro mil los almogávares y marineros refugiados en Gallípoli.
Esto que yo escribo se llama una crónica. »Y al día siguiente, cuando al levantarme la veo en el periódico, aparto los ojos de ella avergonzado, y meto el periódico en el cajón de la cómoda. »Y otra vez principia otro día igual al de ayer e idéntico al de mañana: leo, paseo un poco, vuelvo a leer, torno a escribir las cosas horribles sobre los pequeños papeles.
Las afecciones de los ojos, en las que se observa una sensacion de presion y como de arena entre los párpados y el globo del ojo, una inflamacion crónica de la conjuntiva, con inyeccion venosa, aglutinacion de los párpados por la mañana, se curan bien y pronto con causticum y el oro.
El dos por ciento de los que lo dicen... si hoy nadie lee, ché, nada más que los programas de las carreras y la crónica social de los diarios. ¡No me hagas acordar de los diarios! que me subleva pensar en la conducta de Ricardo. ¿Qué canallada, eh?
Entonces la señora dió voces, alborotóse el vecindario, acudió la ronda, y con universal sorpresa hallaron moribundo al honrado Vilches, quien cantó de plano y denunció a sus compañeros de empresa. Todos se hicieron lenguas del arrojo de doña Feliciana, y en Lima no se hablaba de otra cosa. De haber habido periódicos, la habrían consagrado estrepitoso bombo en la crónica local.
Palabra del Dia
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