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Actualizado: 29 de junio de 2025
Y estas últimas palabras temblaron en el silencio del salón saturadas de tristeza. Anhelaba Rita consolarle.... ¡Le tenía tan en el alma! Cariciosa, le dijo: La niña le quiere...; hablóme de usted, poco hace, con mucha ley...; pero para quererle como cortejo tendrá algún reparo.... ¡Como se ha dicho que si usted y ella eran hijos del señor!...
Quedamos en que quiero a Margalida, y voy a su cortejo con el mismo derecho que cualquier muchacho de la isla. Hay que respetar los usos antiguos. Y sonrió ante el gesto malhumorado del payés. Pep movía la cabeza en señal de protesta, repitiendo que aquello era imposible.
Aquellos senderos podían resultar por la noche peligrosos para el reducido cortejo que debía trasladar el cuerpo, desde la casa de Milly, al cementerio de Saint-Point. Tan luego el alba apareció por las lejanas cumbres de los Alpes, volvimos a emprender nuestra marcha, escoltados hasta la altura de la primera colina que domina el jardín y las viñas, por todos los habitantes de la aldea.
Aquel lúgubre cortejo estaba rigurosamente limitado a mí, ¡a mí únicamente entre todos los miembros de la familia!... a los quinteros y cultivadores de las tierras de Milly y a las mujeres y niños de aquellos buenos hombres, que bajo sus pobres vestidos de luto habían creído, por derecho de ternura, poder seguir al jefe de la familia, prolongando sobre el camino la negra fila de plañideras cuyas lágrimas no era preciso comprar.
En los últimos días de una primavera cortejó a una viuda aristocrática tan honesta y virtuosa, que no murmuraban de ella ni aun sus íntimas amigas. Al empezar el verano logró rendirla, y comenzado en Madrid el idilio, se dieron cita para continuarlo en un pueblecillo de baños.
A las dos horas distinguió por encima de una sucesión de gibas del camino, penosamente remontadas por la vanguardia del cortejo, una especie de nube blanca que se mantenía á ras de tierra. Estaba envuelta en el temblor vaporoso de los objetos indeterminados por la distancia. Sólo él podía abarcar con su mirada una extensión tan enorme.
Pero que ahora estaba tan agradecido del cortejo que le habia hecho D. Joaquin de Espinosa, y tan satisfecho de su amistad, que no habia podido callarle nada, y así le habia abierto su pecho, para decirle la verdad de todo lo que sabe.
Ella volvió a humillar los ojos, cogiendo en su turbación una punta del delantal y subiéndola hasta su pecho... No sabía. Su voz ceceaba infantilmente a impulsos de un avergonzado aturdimiento. No tenía ganas de casarse. Ni el Cantó, ni el Ferrer, ni nadie. Había aceptado el cortejo porque todas las muchachas hacían lo mismo al llegar a cierta edad.
Id delante, todos vamos a seguiros. Entonces Salomón, inclinando sobre el hombro su cabeza blanca y tocando con vigor, se adelantó, seguido del alegre cortejo, hacia el salón en que estaba suspendido un ramo de muérdago. Una multitud de velas de sebo brillaba en medio de las ramas de brezo cubiertas de bayas.
Cada uno llevaba tras sí un cortejo de guardas de acequia, de pedigüeños que antes de la hora de la justicia buscaban predisponer el ánimo del tribunal en su favor. La gente labradora miraba con respeto á estos jueces salidos de su clase, cuyas deliberaciones no admitían apelación.
Palabra del Dia
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