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Actualizado: 2 de octubre de 2025
Todos formaban corro en torno de ella. Tiburcio tocaba la vihuela o la flauta, y Teletusa, repiqueteando las castañuelas bailaba como una sílfide. Teletusa era asimismo egregia cantora, no indigna del siglo y de la patria en que la música estaba tan floreciente, merced a Bartolomé Ramos de Pareja, a Pedro Ciruelo, a Juan Anchieta, a Juan de la Encina y a otros insignes compositores y maestros.
¡Ah, ingrato! susurró Butrón Corro a traértelo. Y de nuevo se fue como había venido, de puntillas, sonriendo a todos, haciendo muchos ademanes para que nadie se incomodara, y dejando al tío Frasquito estupefacto... ¡Oh!, pues lo que es a él no se la pegaban... ¿Currita a las cuatro en casa de Butrón y avisando antes a Jacobo?... Algo gordo sucedía cuando el prudente Mentor, el joven Telémaco y la invulnerable Calipso se avistaban en secreto, con la extraña circunstancia de acudir la dama a casa del caballero, y no los caballeros al palacio de la dama, como parecían dictar las más elementales leyes de la galantería.
Alborotáronse algunos amigos y conocidos, que había en el corro, y sobre el montante del señor Maestro le entraron tirando algunas estocadillas veniales al tal don Cleofás, que con la zapatilla, como con agua bendita, se las quitó, y apelando a su espada y capa, y el Cojuelo a sus muletas, hicieron tanta riza en el montón agavillado, que fué menester echalles un toro para ponellos en paz: tan valiente montante de Sierramorena, que a dos o tres mandobles puso la plaza más despejada que pudieran la guarda tudesca y española, a costa de algunas bragas que hicieron por detrás cíclopes a sus dueños , encaramándose a un tablado don Cleofás y su camarada, muy falsos , a ver la fiesta, haciéndose aire con los sombreros, como si tal no hubiera pasado por ellos; y acechándolos unos alguaciles, porque en estas ocasiones siempre quiebra la soga por lo más forastero , habiendo dejarretado el toro, llegaron desde la plaza a caballo, diciéndoles: Señor Licenciado y señor Cojo, bajen acá, que los llama el señor Corregidor.
Doña Nieves, bien digerido el café, tomaba chocolate, y acompañábanla Juan Pablo, Feijoo, el pianista ciego, Feliciana, Olmedo y algún otro. El mozo mismo, que había llegado a familiarizarse con aquella sociedad, se agregaba también, tomando asiento a un extremo del corro para escuchar y aplaudir.
Don Juan del Corro, uno de los principales azogueros del Potosí, expuso al gobierno que había encontrado un nuevo método de beneficiar metales de plata, dando de aumento en unos la mitad, en otros la tercera o cuarta parte, y en todos un ahorro de azogue de cincuenta por ciento, solicitando en pago de su descubrimiento mercedes de la corona.
¿No te conmueve mi propio peligro? Como continuase muda, acerqué mi rostro al suyo, que procuraba ocultar a mis miradas y vi que tenía los ojos llenos de lágrimas. ¿Lloras porque corro peligro? Te portas ahora como solías ser antes, pero no como el Rey... como el Rey que yo había aprendido a amar. Lancé un gemido y la estreché sobre mi corazón.
El virrey creía hasta cierto punto desairado su amor propio con este resultado; y don Juan del Corro no se daba por vencido, atribuyendo su desventura a ardides de enemigos y envidiosos.
De todos modos, ya comprenderás tú, porque tienes sobrado talento, aunque eres inexperta, que yo corro mucho peligro al hacer el préstamo; que el daño emergente no es flojo, y que, por tanto, tampoco pueden ser flojos los intereses. No obstante, yo aspiro a que, en vez de llamarme marrano, me llames generoso y espléndido. Asómbrate.
Maximina sonreía con amabilidad a cuanto decía; pero apenas contestaba más que con monosílabos, aunque se conocía que hacía esfuerzos por ser más explícita. Al fin se atrevió a decir: ¿No baila V.? Si V. no me hubiese entretenido hasta ahora ya estaría dentro del corro contestó poniéndose serio. ¡Yo! exclamó la niña inmutándose. Sí; usted. Miguel soltó al decirlo una carcajada.
¡Si pusieran en línea lo que corro en el verano! decía Gallardo . Lo menos yegaba ar polo Norte.
Palabra del Dia
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