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Cuando hablaba al corro de la familia, su mirada iba dirigida a ella, como si entre los demás no hubiera ninguno capaz de comprenderle. Las creaciones de su pincel nadie las veía primero que la esposa de Gonzalo, y si de alguien estimaba la admiración, era de ella.

He examinado la moralidad de Paris, en las varias esferas sociales, y en todas partes he hallado una misma tendencia, un mismo secreto, una misma cifra: relumbron, efectos cómicos ó trágicos, caras muy lavadas y bonitas por fuera, palaustre. Mucho bombo y mucho platillo, para que acuda gente, para que el corro sea muy grande, y pueda hacer negocio el que maneja los cubiletes.

Pero si su señor cuerpo no quiere nada de esto, no hay por qué disgustar a los demás... ¡Yo no corro detrás de las lecciones...! LA SE

Corro y Aldao se dirigieron a la ciudad, y los dispersos trataron de rehacerse, dirigiéndose hacia los Llanos, donde podían aguardar las fuerzas que de San Juan y Mendoza venían en persecución de los fugitivos. Facundo, en tanto, abandona el punto de reunión, cae sobre la retaguardia de los vencedores, los tirotea, los importuna, les mata o hace prisioneros a los rezagados.

Sentados todos de nuevo en el corro, el poeta favorito de la Condesa, a quien llamaremos Arturo, dió conversación a Inesita, sin que dejasen de hablar también con ella otros galanes. Don Braulio, si bien sobresaltado ya y receloso de empezar a hacerse célebre por su mujer, habló con los señores más serios y machuchos.

Por lo demás, parecía que prestaba atención todo el corro, que se componía principalmente de leñadores y almadieros, con los cuales el contrabandista estaba en relación diariamente.

Un hombre que estaba en la abertura de la cerca y que extendía el puño hacia ellos, gritó con toda la fuerza de sus pulmones: ¡Ah, ah, bribona, estás otra vez ahí! Corro en busca de la condesa para hacerle saber lo que pasa aquí. Esta vez te va a salir mal. Elena se puso vivamente de pie, azorada por aquella amenaza, y huyó hacia la casa dando gritos agudos.

«No debería haber dejado que mi hermana se fuese», me digo; y, dirigiendo a mi alrededor miradas desconsoladas, descubro a Lotario en la puerta, en vías de irse. Corro a él, le tomo las manos y le digo: No hay que escabullirse ahora. Después de toda esta agitación, vamos a beber juntos alguna cosa caliente. Consientes, ¿no es verdad?

Yo no debiera pensar más en él y dar mi mano al regidor; pero ansí que cierro los ojos, le veo en mi mente con su lindo rostro tan pálido, la capa levantada por el estoque y la gran pluma negra que estila agregó figurándola con el gesto al costado de su cabeza. Nunca me acontece confundir sus pasos en la calle, cuando corro a la vidriera.

Se morirá de borracho contestaba Ripamilán. No señor, ¡se muere de hambre!... Se muere de aguardiente. ¡De hambre!... Y llegaba don Robustiano al corro y hablaba la ciencia: Yo no acuso a nadie, la ciencia no acusa a nadie; otra es su misión.